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Archive for the ‘Personal’ Category

Iba por el teatro, y encontré el río.

agosto 15, 2022 2 comentarios
Río Sensunapán, Cantón Sisimitepet, Nahuizalco, Sonsonate, El Salvador. 13/agosto/2022.

El sábado pasado iba en el plan de darle cobertura fotográfica a un evento teatral comunitario, presentado por el grupo «Teatro Tuhuapán», que forma parte del Colectivo Alcapate. La puesta en escena es el proyecto ganador del Premio Ovación 2021, que entregó el Teatro Luis Poma a Óscar Guardado, Astrid Francia, Marco Paiz y Karla Coreas, el año pasado.

Sabía que haríamos un recorrido por la zona, visitaríamos un santuario en un nacimiento de agua, pero no tenía del todo claro si nos llevarían hasta el lecho del Río Sensunapán, por cuestiones de tiempo. La comunidad ha estado luchando durante años por este río, y en la actualidad mantienen una campaña para decirle «no» a la octava hidroeléctrica (#LaOctavaNoVa).

Desde hace dos meses estoy en terapia cognitiva conductual, debido a una recaída, después de 13 años, de un trastorno de pánico agorafóbico. La caminata y el terreno escabroso sometieron a mi cuerpo a una carga física a la que no estoy acostumbrado. Hubo un momento de la caminata, justo antes de llegar al lecho del río, en el que sentí que las piernas me flaquearon y decidí ya no bajar, temiendo que mi cuerpo no resistiera y que eso me fuera causar un ataque de pánico. Pero después de pensarlo un momento, y decirme que ya estaba a pocos pasos, retomé el camino y terminé llegando al río. Por supuesto, fueron muy gratificantes el paisaje visual, la referencia auditiva del caudal, la compañía de los amigos y el respirar ese aire puro de la zona, pero la energía del río fue imponente.

Bajar o no bajar, esa es la cuestión. (Foto por Marco Paiz-13/agosto/2022)

Lo que faltaba era regresar: piernas cansadas, mascarilla, el arnés con 12 lbs de equipo fotográfico y el terreno con gran pendiente. Por suerte, un colaborador del colectivo se ofreció a ayudarme a cargar el arnés. El regreso estuvo pesado, pero mi cuerpo lo resistió. Llegamos al sitio donde se llevaría acabo la representación teatral, tras la cual hubo una invocación indígena de los 4 rumbos, comida típica de la zona y venta de artesanías.

Para mí, que estoy justo a media terapia debido al trastorno de pánico, la reacción de mi cuerpo fue reveladora, y esto, sumado al ambiente espiritual, natural, artístico, cultural y amistoso de todo el evento, tuvo un efecto sanador ante esos monstruos que me habitan la cabeza. Fue un golpe de luz en medio de esa oscuridad, que, sin duda alguna, será de una gran ayuda en todo mi proceso para recuperar mi libertad mental.

Les comparto algunas fotos de todo el evento en este enlace.

«La batalla del volcán».

Esta no es una crítica de cine, tampoco es un asunto político, ni partidario, es simplemente un texto sobre lo que experimenté hoy en una sala de cine de mi país.

«La batalla del volcán» es una película documental salvadoreña realizada por Julio López, que trata sobre la ofensiva final del FMLN, lanzada en noviembre de 1989, durante la guerra civil salvadoreña. Debido a un viaje que tengo en los próximos días, y a compromisos de trabajo previamente adquiridos, solo me quedaba disponible el horario de las 4:35 PM, del jueves 23 de mayo, en Cinemark Metrocentro, para ver la película, ya que estará en cartelera por pocos días, y no quería perdérmela. Fui solo al cine.

volcanssazul02.JPGTan solo iban unos 7 minutos de película cuando me empezaron a brotar las lágrimas, esto se mantendría de manera intermitente a lo largo de la película. ¿Por qué? Bueno, eso es lo que me hizo sentir la necesidad de escribir este post.

Yo experimenté en carne propia esa ofensiva, en Ciudad Delgado, en mi casa teníamos una tienda, al siguiente día del inicio de la ofensiva, la tienda prácticamente quedó vacía porque los vecinos compraron algunas provisiones, aunque mi madre guardó otras para nosotros; mi papá armó un resguardo ante las balas, colocando sobre una mesa unos colchones; vivimos la cadena nacional de radio, los cortes de luz, el toque de queda, escuchábamos las ráfagas en el pasaje, etc., cuando por fin pudimos salir al mercado, dos semanas después del inicio, le puse al vehículo un letrero de PRENSA, hecho de tirro y colocamos una bandera blanca en la antena. No vi muertos, ni heridos, casi no salimos de casa durante un mes.

Ver los testimonios de algunos de los combatientes, de ambos bandos, y ver escenas de combates reales, que nunca había visto, me hizo quebrarme, a 30 años de esos hechos, y me hizo comprender de manera profunda que no he cerrado emocionalmente ese ciclo. Después de los acuerdos de paz, simplemente me tocó seguir con mi vida, como a todos, pero no hubo ningún espacio para poder drenar el acumulado del daño emocional, seguramente, en menor escala que a otra personas, porque yo que ni tenía familiares combatiendo ni perdí familiares durante el conflicto. Me quebré a los 7 minutos y, de manera intermitente, por los siguientes 88 minutos; ahora me es un poquito más fácil imaginar el dolor de la personas que sí perdieron a sus familiares más cercanos y su necesidad de conocer la verdad y obtener justicia, para poder cerrar sus ciclos; o la gente que vivió 11 años con la guerra a sus pies, en los diferentes frentes, al interior del país.

«La batalla del volcán» es una pieza cinematográfica que seguramente no tocará de igual manera a todas las personas, pero considero que todo salvadoreño, haya vivido o no la guerra civil, la debería ver. Seguramente, habrá muchas personas que ni se imaginan lo que llevan reprimido, esta película es una buena oportunidad para averiguarlo. Después de verla, estoy muy agradecido con Julio López por permitirme lavar un poco esas «heridas», que no sabía a ciencia cierta que seguían ahí.

 

 

Categorías: Personal

Yashica 35 MF o el valor de la nostalgia.

En 1978 a mi padre le regalaron una cámara llamada Yashica 35 MF, la mayor parte de mis fotos familiares fueron tomadas con esa cámara. Por supuesto, ya con mi curiosidad por las cámaras, descubierta a mis 5 años al utilizar una cámara de rollo muy básica que mi padre tenía, fue lógico que yo le «robara» la cámara que le acababan de regalar. A pesar de que él la mantenía escondida, yo solía sacarla cuando él no estaba y, si estaba cargada con película, tomaba al menos una foto; si no estaba cargada, me pasaba un buen rato corriendo la manivela y apretando el botón disparador para ver cómo en el interior se abría y se cerraba «el ojo» de la cámara.

Desde ese año, la Yashica 35 MF fue mi cámara, hasta que me la hurtaron en el año 1998. Recuerdo que la última foto que había tomado era la de una mariposa que se paró sobre mi zapato, quedé inmóvil, y como casualmente andaba la cámara en la mano, no dudé en hacer la foto, nunca pude verla. No fue tan fácil asimilar la pérdida de la que fue mi cámara de la niñez, y no fue fácil contarle a mi padre que la cámara ya no estaba.

Hace como un año busqué el mismo modelo de cámara en Amazon y encontré una, pero el vendedor nunca la envió, por lo que me hicieron un reembolso. Este año volví a hacer la búsqueda y encontré otra, en Canadá, por medio de Ebay, por un precio realmente bajo, pero esta vez sí llegó. La sensación de tenerla en mis manos me ha remitido inmediatamente a mi infancia y puedo decir que el valor de mi nostalgia por esa cámara costó US$35.00.

La cámara viene en muy buen estado, los compartimientos de las baterías están muy limpios, el exposímetro está funcionando, el flash trabaja correctamente, a esta hora de la madrugada, lo único que me hace falta es salir a hacer fotos y ver los primeros resultados en un rollo de prueba.

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Yashica 35 MF, comprada en 2018, mediante Ebay, en Canadá.

Es increíble cómo ciertas cosas de nuestra niñez nos marcan, siempre que he tenido oportunidad le he contado a medio mundo sobre mi cámara de mi niñez, que me fue hurtada, bla, bla, bla. Ahora mismo tengo enfrente un modelo igual y no puedo evitar sentirme feliz y agradecer a mi padre por dejarme usar su cámara, sin su permiso.

A continuación les comparto 2 fotos tomadas con mi Yashica 35 MF de la infancia: una tomada por mí y una tomada por mi padre, ambas en 1978.

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Foto tomada por este servidor, con la Yashica 35 MF, en 1978.

 

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Foto tomada por mi padre, con la Yashica 35 MF, en 1978.

UPDATE: 12/05/2018; 12 m.

No me aguanté y fui temprano a hacer unos disparos al Centro de San Salvador, para saber si la cámara estaba funcionando, siento que me he sacado la lotería. Les comparto algunas fotos recién reveladas y positivadas.

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Plaza Morazán, San Salvador, 12/05/2018.

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Palacio Nacional de San Salvador, 12/05/2018.

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Portal frente al Parque Libertad, , San Salvador, 12/05/2018.

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Autorretrato, , San Salvador, 12/05/2018.

 

¿Para qué comprar un libro de poesía?

diciembre 29, 2016 2 comentarios

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Primera página de mi poemario «Deformación de la noche», publicado en el libro «Juegos Florales El Salvador 2015», en diciembre de 2016.

Todos tenemos buenas rachas y malas rachas. A mediados de 2013 estaba pasando por una mala racha económica, de esas que son típicas en los «freelancers», y tuve que echar mano de todas mis posibilidades. A principios de ese año, la Dirección de Publicaciones e Impresos de El Salvador (DPI) me había publicado mi primer libro de poesía, en solitario, titulado «La grieta», y, como medida de emergencia, comencé, por mi propia cuenta, una labor de venta del libro a través de las redes sociales, aprovechando un lote que me había entregado la editorial como parte de las regalías. No tenía muchos ejemplares, pero algo era algo.

Las ventas no fueron mal, rápidamente, algunos de mis contactos en Facebook me pidieron reservarles un ejemplar y logré colocar unos 20 ejemplares. En la primera semana pude entregar, a domicilio, 8 libros, y en las siguientes semanas fui entregando el resto, a medida me los iban encargando.

Al final de la semana ya contaba con $80.00, producto de las ventas, tenía que dosificar ese monto pues era lo único en ese momento. Por la tarde del viernes me dirigía en mi vehículo sobre el Bulevar del Ejército, a la altura de MOLSA, cuando un vehículo hizo un giro repentino hacia mi carril y, aunque intenté esquivarlo, lo golpeé en el «bumper» y nos detuvimos para revisar. El conductor me dijo que tenía que reconocerle el golpe, mi carro no tenía nada, me pidió $100.00 y en ningún momento se me ocurrió decirle que él había tenido la culpa, me dejé llevar por aquel dicho de «el que pega paga». Le abrí la billetera y le dije: sólo tengo ochenta dólares; me dijo que estaba bien, entonces, mientras le entregaba el dinero, y me rodaba una lágrima en la mejilla, le dije: no sabe cómo me ha costado conseguir estos ochenta dólares. Me miró a los ojos, por un momento pensé que no iba a tomar el dinero, pero, obviamente, sí lo tomó.

Cuando retomé la marcha me puse a analizar el golpe y caí en la cuenta de que él había invadido mi carril y empecé a llorar de rabia por no haber visto eso en el momento y quizá haber evitado pagarle, pero era muy tarde.

Este post no es acerca de la poesía que uno escribe, es acerca de la poesía que uno vive en las calles, en el día a día, y de la que, a veces, somos los únicos testigos, sin dejar registro.

La próxima vez que a usted, amigo lector, un poeta le ofrezca venderle su libro de poesía, piénselo dos veces, quizá con eso le esté comprando las comidas del día o quizá le esté ayudando a pagar los golpes que da la vida. La poesía, qué más da.

 

¿Psicosis salvadoreña?

Hace una semana, a esta hora, aún estaba en el aeropuerto «Jorge Chávez», de Lima, Perú, esperando abordar mi vuelo hacia El Salvador ( Por cierto, en este aeropuerto es imperdible probar las rodajas de pastel de zanahoria, son una delicia). Durante toda la semana había estado en Argentina, 5 días en Termas de Río Hondo, Santiago del Estero, participando como poeta invitado, en un Festival Internacional de Poesía, y otros 3 días en Buenos Aires, aprovechando el viaje.

El caso de lo que he dado en llamar «la psicosis salvadoreña» me pasó en Buenos Aires. Había decidido ir a una función al mismísimo «Teatro Colón«, a las 8 de la noche, estaba hospedado a unas 7 cuadras, y pude caminar tranquilamente hacia el teatro a eso de las 7:30 PM. Por supuesto, antes de entrar, hice las fotos de rigor, tipo turista.

Fachada del Teatro Colón.

Fachada del Teatro Colón.

Ya adentro del teatro, justo antes de entrar a las butacas, una de las acomodadoras me pidió que dejara mi mochila en los casilleros, dijo que me iban a dar un número para reclamar la mochila a la salida, y entré en pánico. En la mochila andaba todo mi equipo fotográfico, y no estaba dispuesto a dejarla en un casillero. Es aquí donde entra en juego la «psicosis salvadoreña»: en El Salvador sería totalmente improbable dejar en un casillero de un almacén, el súper, o donde fuera, mi mochila cargada con equipo fotográfico, por las razones que todos los salvadoreños conocemos. ¿Qué hice?

Cielo del Teatro Colón.

Cielo del Teatro Colón.

Hice el intento de convencer a la acomodadora, pero insistió que no era posible. Me decía que, por ejemplo, habían llegado grandes músicos que habían dejado sus caros y amados violines en el casillero, y que si entendía yo qué significaba para un músico dejar su instrumento (¡por supuesto que lo entiendo!) Luego pasé a explicar mi situación: soy un salvadoreño que no pudo dejar su psicosis por la delincuencia en El Salvador, y que al dejar la mochila en el casillero, aunque yo sabía que iba a estar segura, no iba a disfrutar tranquilamente del espectáculo por estar pensando en la mochila, pero me insistió en que no era posible, por lo que le dije que, en ese caso, prefería abandonar el teatro. En ese momento apareció una señora que parecía ser la jefa de las acomodadoras, me explicó lo mismo, y le expliqué lo mismo.

Detalle de escultura al interior del Teatro.

Detalle de escultura al interior del Teatro.

Para mi suerte, creo que el hecho de estar dispuesto a abandonar el teatro hizo que la jefa se compadeciera de mí, y me dijo que iba a hacer una excepción, y me dejó quedarme con la mochila, pero, me advirtió que no podía hacer fotos del espectáculo, sólo podía hacer fotos del teatro, mientras la función no iniciara, y yo fui muy obediente, y se lo agradecí infinitamente.

Vista desde el último nivel, y última fila, del interior del Teatro Colón.

Vista desde el último nivel, y última fila, del interior del Teatro Colón.

Es triste, pero, es nuestra realidad, y es difícil no cargar con ella adonde quiera que vayamos.

¡Buena luz!

Ayer me estacioné en un parqueo para personas con capacidades especiales. (Update)

noviembre 14, 2014 Deja un comentario

No todo es como parece. Frecuentemente vemos, en las redes sociales, fotografías en las que se nos muestra un vehículo estacionado en uno de los puestos reservados para personas con capacidades especiales o para mujeres en estado de embarazo, y se denuncia que el conductor del vehículo es un desconsiderado al dejar parqueado su carro en dichos espacios. Siempre he supuesto que cuando un ciudadano hace este tipo de denuncias es porque logra ver «con sus propios ojos» que el conductor o los tripulantes no son ni personas con capacidades especiales, ni están en estado de embarazo, por lo que se asume en ese momento que es un abuso. De ser así, estoy de acuerdo con dicha apreciación, y lo considero un total abuso. Ahora bien, ayer en la tarde me llamaron por teléfono avisándome que mi padre había sufrido un desmayo y se encontraba en un clínica del Ministerio de Hacienda, por lo que inmediatamente salí a recogerlo. En el Ministerio me dieron permiso de ingresar con mi vehículo, y el vigilante me indicó que me estacionara en un puesto para personas con capacidades especiales, en ese instante dudé hacerlo, precisamente porque no quería cometer un abuso, pero, luego reflexioné que mi padre estaba en una condición delicada y con una capacidad especial en dicho momento, y asumí que era adecuado estacionarme ahí, para que él caminara la menor distancia posible. Bueno, hasta ahí todo bien, creo que debe quedar a criterio de cada quién en qué casos uno puede hacer uso de estos estacionamientos, pero, después de esta experiencia, la duda que me queda es la siguiente: ¿Cuántos casos como el mío estarán en esas fotografías de las redes sociales? La respuesta no la sabré, pero, me queda claro que si alguien vio que me estacioné ahí, y al bajarme no me vio con ninguna capacidad especial, sino que me vio simplemente irme caminando hacia adentro del Ministerio, habrá pensado que yo era uno de los abusadores, y pudo haber subido la foto a las redes acusándome de irrespetuoso. No todo es lo que parece, la próxima vez que vea un foto de este tipo me quedará la duda, y en caso de ver a alguien hacerlo, hay que asegurarse bien antes de condenarlo.

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UPDATE: 14/11/14 6:55 PM

 Sobre este tema, me escribió Eugenio Gonzalez, quien me aclara que actualmente lo correcto es referirse a «Personas con discapacidad», y no a «Personas con capacidades especiales». Agradezco a Eugenio la información.

En este enlace pueden leer más al respecto.

La descortesía, en fotografía.

junio 10, 2014 2 comentarios

Me pasó al abordar mi vuelo Santa Cruz, Bolivia – Lima, Perú, en ruta hacia San Salvador.

Hace dos semanas tuve la oportunidad de visitar la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra, llamada «La Ciudad de los Anillos» debido a que, urbanísticamente, la ciudad está construida en forma de anillos concéntricos. Lo que me llevó allá fue la poesía, fui invitado a participar, como representante de mi país, en el Primer Festival Internacional de Poesía de la Feria Internacional del libro, en Santa Cruz. Al evento asistimos alrededor de 30 poetas, entre bolivianos y de otros países latinoamericanos, como México, Brasil, Colombia, Argentina, y Nicaragua, cuyo representante fue nada menos que el poeta, el gran poeta, Ernesto Cardenal. Al poeta tuve la oportunidad de hacerle varias fotografías durante la inauguración del Festival, pero les comparto la siguiente:

Poeta Ernesto Cardenal.

Poeta Ernesto Cardenal, durante la inauguración del Festival de Poesía, en Santa Cruz.

 

Mi estancia en Santa Cruz es material para otro post.

Regresando al tema del vuelo Santa Cruz-Lima, hice un pre chequeo del vuelo, en Internet, y, como todo buen fotógrafo, previendo la posibilidad de encontrar buen tiempo, seleccioné un asiento de ventana, un poco atrás de un ala, el asiento 17 A.

Al momento de abordar el avión encontré que mi asiento estaba ocupado por una señora adulta mayor, y a la par estaba un señor, también adulto mayor, quienes no hablaban español, y hablaban poco inglés. Les mostré que mi boleto decía «17 A», pero al parecer no comprendían mi limitado inglés, entonces tuvo que intervenir una aeromoza a quien expliqué la situación. Ella, muy amablemente, me preguntó si yo no tenía inconveniente para sentarme en la penúltima fila, en asiento de pasillo, para que los señores, que viajaban juntos, pudieran ir sentados a la par durante el vuelo. Mi primera intención fue decir que no había problema, pero entonces se me presentó el dilema: le cedo el asiento a la señora y me pierdo la posibilidad de hacer fotografías de la cordillera de los Andes, o soy descortés y hago valer la reserva de mi asiento en pro de la fotografía.

Me pareció una eternidad ese instante, hasta que le dije a la aeromoza: «en la parte trasera de los aviones las vibraciones son mayores, y eso me puede provocar vómito», ella sabía que lo de las vibraciones es cierto, yo lo había leído en algún lado, y me dijo que lo entendía. Justo en ese momento, el muchacho que iba en el asiento 17 C (mi misma fila pero en pasillo) le dijo a la aeromoza que él no tenía inconveniente de cambiarse de asiento, y lo cedió, pero la aeromoza me pregunto si estaba bien que yo ocupara el asiento del pasillo,el 17 C (¡volvió el dilema!), y con todo el dolor de mi alma, y siendo totalmente descortés, le dije que tomaría el asiento de ventana. Los señores se cambiaron de asiento, apenas dijeron «I’m sorry», y finalmente yo pude hacer algunas tomas de la cordillera de los Andes, como lo había pensado.

Alguien me podrá decir que pude haber hecho las tomas desde el asiento del pasillo, pidiendo permiso a los señores, pero, en ese caso, les habría causado otra incomodidad a ellos, y no habría podido tener la misma movilidad y libertad para realizar las fotos que hice. Fui descortés, lo acepto.

No soy un viajero frecuente, y no sé cuándo podré volver a tener la oportunidad de recorrer esa ruta, pero, sobre todo, no puedo negar ser lo que soy, entre otras cosas: un fotógrafo.

Les comparto dos fotos de las que hice ese día, gracias a mi descortesía.


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¿Tuitear o escribir un libro?

diciembre 25, 2013 Deja un comentario

No tengo nada en contra de Twitter, ni de las redes sociales, de hecho soy un usuario de las mismas y las considero una herramienta indispensable. Ayer, simplemente estaba haciendo números en un momento de ocio y caí en la cuenta de lo siguiente:

Buscando en la web encontré un artículo en el que se dice que un tuit promedio tiene unos 30 caracteres, considerando el uso tanto de computadoras como de teléfonos, y un promedio de 130 caracteres, considerando sólo tuits enviados desde el navegador de la computadora.

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Tomando en cuenta el promedio de 30 caracteres por tuit, y considerando que se estima que una palabra en español tiene un promedio de 7 caracteres (fuente: wikipedia), resulta que un tuit promedio estaría compuesto por 4.3 palabras. Por otro lado, los libros se cuentan por cuartillas, o podemos llamarles páginas para mejor comprensión, y, según la wikipedia, una cuartilla tiene entre 200 y 250 palabras. Tomando como valor promedio el de 250 palabras por cuartilla, y el promedio de 4.3 palabras por tuit, resulta que una página contendría 58.14 tuits. Lo anterior significa que, por ejemplo, una cuenta en Twitter que tenga 15,000 tuits enviados equivaldría a haber escrito un libro de 258 páginas. Considerando este promedio yo he escrito el equivalente a 62 páginas.

Si se hace el cálculo tomando en cuenta el promedio de 130 caracteres por tuit, enviados desde el navegador, el resultado es de 18.6 palabras por tuit, lo que implica 13.44 tuits por página, por lo tanto, para una cuenta de 15,000 tuits, el resultado sería de 1,116 páginas, un aproximado de 4 libros de 250 páginas.

La pregunta que se me viene a la cabeza es: ¿cuántos libros (buenos o malos) se habrán dejado de escribir por estar tuiteando?

¿Cuántos libros han dejado de escribir ustedes? Piénsenlo.

¿Protagonista o espectador?

Hace algunos años hubo una campaña en un periódico que decía algo así como «¿Y tú, eres protagonista o espectador?», parecía un reto. Al leerlo de golpe daba pie a pensar que «YO debo ser un protagonista, no un espectador», como si se tratara de que ser protagonista es ser un ganador y ser un espectador es ser un perdedor. Claro, a nadie le gusta perder (excepto a algunos deportistas o algunas «misses» que no ganan competencias y salen en la televisión diciendo que lo importante era competir…»por favooooorrrr!!!», como diría un respetado médico forense).

Posiblemente la idea de la campaña era que asociáramos que permanecer como espectadores cuando nos pasan cosas malas no es lo más adecuado, sino que es mejor actuar para salir adelante, quizá la intención haya sido buena, no me consta. Y es que suena bonito decir de uno mismo: «yo soy protagonista, no un simple espectador», hasta en un tono ligeramente altanero, lleno de ego, quizá muchos alguna vez lo hemos dicho a quemarropa, sin pensarlo, pero, ¿es esto correcto? Veamos.

Yo, por ejemplo, puedo decir con certeza que fue a los 7 años de edad cuando decidí que quería estar arriba de un escenario tocando música en lugar de estar enfrente, escuchando o bailando. Fue en la época en la que aún estaba funcionando el famoso Teleférico de San Jacinto (el reino del pájaro y la nube) cuando con mi señor padre nos acercamos a escuchar a un grupo de cumbias que tocaba aquella canción que dice «Macorina pom pom, Macorina ponme la mano aquí», y, como el lugar estaba lleno, mi padre me llevó a un costado de los músicos y yo quedé a la par del tecladista; perfectamente podía asociar el movimiento de sus manos con la música que él ejecutaba y ahí quedé prendido. Tuve mi primer teclado a los 11 años y mi primera guitarra (de las de verdad, porque tenía unos pocos meses de edad cuando ya tenía una de juguete) a los 12 años. El resto es historia.

Su servidor con apenas unos meses de edad y con su primera guitarra.

Su servidor con apenas unos meses de edad y con su primera guitarra.

Puedo decir que he sido un protagonista cuando he estado frente a un público al formar parte de mi ex banda «La Pita» (R.I.P), o cuando estoy frente a un grupo de niños y voy a leerles mis poemas. Pero en otras muchas situaciones soy ese, mal dicho, «simple espectador» y no por eso es malo. Creo que cada quien es protagonista y espectador a la vez, son situaciones complementarias, ser protagonista no tiene sentido si no hay un espectador, si no existe esa persona que valida o invalida al protagonista, desde un punto de vista muy particular, y es, precisamente, ese poder en el que radica la importancia de ser espectador. A menudo se asocia a un protagonista con alguien que se dedica a alguna actividad artística o es parte del jet set, pero no es así.

Por ejemplo, en el caso de una mujer que ha tenido un parto distócico, su compañero de vida pudo ser un simple espectador durante el parto, a pesar de ser el Director de una prestigiosa Orquesta Sinfónica, mientras que el médico que atendió y resolvió positivamente el parto fue el protagonista en el procedimiento. Como este pueden haber muchos ejemplos.

Todo esto me viene a la mente porque casi siempre estamos pensando en primera persona, creo que deberíamos darnos un buen baño de agua fría al menos semanalmente. Por ejemplo, en la rama de la fotografía, una buena manera de mantener los pies en la tierra y dejar de pensar que nuestras fotos son las mejores del mundo es darse una vuelta por el sitio 500PX;  ahora, si quieren darse un baño de agua fría pero con cubitos de hielo, entonces hay que darle un vistazo al sitio 1x.com

Entonces, ¿qué es mejor, ser protagonista o ser espectador? Pues ni lo uno ni lo otro. Lo mejor es que cada quien se dedique a hacer de la mejor manera posible lo que sabe hacer o lo que le gusta hacer, porque todos somos protagonistas en lo que hacemos y todos somos espectadores de lo que no hacemos.

UPDATE 2: Sobre el libro “Hablemos y escribamos bien el idioma español (Tomo I)”.

Como les había comentado en el «update» anterior (ver post), sobre la publicación original titulada «Sobre el libro ‘Hablemos y escribamos bien el idioma español (Tomo I)”, (ver post original), el día 8 de mayo de 2013 apareció publicada la columna que escribe el Lic. Carlos Alberto Saz, en El Diario de Hoy. En el artículo titulado Fe de errata en el libro ‘Hablemos y escribamos bien el idioma español (Tomo I)”, el Lic. Saz manifiesta que «errando se corrige el error» y pide disculpas por las 36 faltas en la edición de su libro, que resultan ser las 36 dudas que yo planteaba en el primer post sobre dicho libro. El Lic. Saz hace referencia a mi persona en su artículo, por lo cual le estoy muy agradecido y de nueva cuenta me da sus agradecimientos, lo cuales recibo de la mejor manera.

Les comparto una imagen de la columna en mención.

Columna aparecida en El Diario de Hoy, del 8 de mayo de 2013.

Columna aparecida en El Diario de Hoy, del 8 de mayo de 2013.