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Crónica de un reencuentro no anunciado.
*El día en que se iban a reencontrar, los integrantes de La Pita Vieja se levantaron a la misma hora de siempre.*
Fui fundador, y guitarrista, del grupo La Pita Vieja, allá por el año 1998, junto a Carlos Melgar (baterista), Eduardo Vega (bajista) y Efra López (vocalista); posteriormente se integraba en los teclados Jorge Sandoval. Más tarde, allá por el año 2007, Efra salía de la banda y se integraba Marcelo Avilés, como vocalista. Años después, en agosto del año 2010, dábamos nuestro último concierto, La Pita llegaba a su fin y paralelamente nacía otro grupo: 3AM, con los otros 3 fundadores de La Pita. Yo prometía en un comunicado que la desintegración de La Pita era definitiva. Y así lo fue, y nunca se consideró una posible reunión de la banda.
La cuarentena domiciliar, por COVID, en el año 2020, propició que todos los exintegrantes de La Pita hiciéramos una reunión, vía zoom, para recordar viejos tiempos, ver fotos, en fin, quizá como una forma de combatir el encierro en el que nos encontrábamos en esos días.

Nos mantuvimos en comunicación en un grupo de whatsapp, y a mediados de mayo, ya en 2021, Efra propuso grabar un nuevo disco y todos los demás estuvimos de acuerdo. Hasta ese momento nadie había mencionado una posibilidad real de volver a tocar juntos en un escenario. El 27 de mayo, los integrantes que una vez fueron parte del grupo 3AM, y que han permanecido activos en la escena musical durante todos estos años casi 11 años posteriores a la desintegración de La Pita, anunciaron que darían un concierto para el día sábado 29 de mayo. Mediante interacciones en la publicación de Facebook, casi de broma en broma, acordamos que yo llegaría al concierto y que tocaríamos juntos una de nuestras canciones originales: la promesa. Marcelo también anunció su llegada, muy lamentablemente, Jorge no pudo llegar. El improvisado plan era sencillo: tocar una sola canción, porque yo tenía más de 10 años de no pisar un escenario y, lógicamente, no tenía listo un repertorio para tocar en vivo. Sin más planificación, y sin ensayar esa canción, acordamos reunirnos en «El parcito», donde sería el concierto.
Ya en el lugar, el día del concierto, después de las fotos de rigor con mis hermanos de la banda y con amigos, el plato estaba servido: el escenario listo, un buen sonido a cargo de Edwin Cruz, quien fue el ingeniero de sonido del disco «Con la tierra en los pies», que grabamos con La Pita en 2001, y lo más importante: las ganas de volver a tocar juntos, después de tantos años.
Foto por Liliana Andrade
Dispusimos que nuestra intervención con «la promesa» sería al inicio del segundo set del concierto. Ya estando en el escenario, Efra me pidió, fuera de lo recientemente acordado, que tocáramos otra canción, un cover de Radiohead; Eduardo gentilmente me recordó los acordes y nos lanzamos al agua, sin más. Es increíble cómo opera esta maquina que llamamos cerebro, después de apenas unos segundos de estar tocando esta canción, mis manos recorrían el mástil de la guitarra como si esos más de 10 años nunca hubieran pasado. Seguimos con 3 covers más (Mi primer día sin ti, de Enanitos Verdes; La célula que explota, de Caifanes y Cocaine, de Eric Clapton) y luego le daríamos paso a la canción original que habíamos acordado tocar. Después de tocar «la promesa», pensé que era el momento de cerrar mi intervención, pero Eduardo y Carlos pidieron que tocáramos otra canción original, que por supuesto también teníamos más de 10 años de no tocar: «Mi cabeza otra vez«. De nueva cuenta, tuve que recordar los acordes, la intro y de nuevo al agua. Fue una media hora intensa, muchos recuerdos se me venían a la cabeza mientras tocaba, sentía que en el escenario éramos los mismos de hace 10 años: yo, a la derecha, Efra y Marcelo al centro, y Carlos y Eduardo un poco atrás, manteniendo siempre buena comunicación entre ellos. El complemento perfecto de lo que pasó en el escenario fue un público muy receptivo, y, para sorpresa nuestra, una parte de ese público eran personas que acostumbraban a llegar a nuestros conciertos de antaño. En fin, se juntaron muchas cosas para que la magia ocurriera, para que pudiéramos viajar en el tiempo sin necesidad de una máquina.
No sentí más nervios de los que normalmente se sienten al iniciar un concierto, toqué con esta banda durante muchos años y eso me generaba una gran confianza. Los momentos más especiales de la vida se atesoran y este ha sido uno de ellos. Este reencuentro improvisado creo que ha dejado una semilla sembrada, aún es temprano para asegurar cualquier cosa. Por el momento, lo único concreto es que tenemos los deseos y el compromiso de componer nuevas canciones. Todo lo que venga de aquí en adelante será, sin duda, un triunfo de la música, un triunfo de la vida, ante la actual amenaza latente que ha hecho que muchos pierdan su batalla contra la muerte, como la perdió Santiago Nassar frente a sus agresores.

Juego literario, por el Día Mundial del Teatro.
Viajar solo con cámara análoga en pleno 2017.
Hace un par de meses tuve la oportunidad de atender una invitación a un encuentro internacional de fotografía, en México, organizado por el Colectivo Caleidoscopio, que tiene se sede en la UNAM.
Desde meses antes del encuentro había tomado la decisión de viajar únicamente llevando mi cámara de rollo, la Yashica FX-2, año 76, y unos cuantos rollos de película en blanco y negro, ASA 400. Era la primera vez que iba a hacer eso.
Debo decir que a medida que se acercaba la fecha de mi salida empecé a tener dudas y pensé algunas veces en llevar también la cámara digital, sin embargo, al final, mantuve la decisión inicial. Por supuesto que llevaba mi teléfono celular, pero esa cámara no cuenta.
El primer temor al que me enfrenté fue el de perder alguna toma interesante por las limitaciones de la cámara análoga, la posible falta de luz por tener una ASA de 400, con el agravante de que estaba nublado todo el día, la velocidad de obturación máxima de 1/1000 s, el enfoque manual, por ejemplo, sin embargo, después de media hora de haber empezado a hacer fotos en pleno centro histórico, el temor desapareció y empezó la diversión.
La sensación de caminar haciendo fotos con la cámara análoga, en otro país y sin tener a la mano mi cámara digital, fue muy gratificante, me dejó mucho más tiempo para observar más cosas a simple vista y no a través del visor, todo con mayor detenimiento, operando a bajísimas revoluciones, a la espera de algo que valiera la pena para «gastar» una foto. Al usar la cámara digital uno tiene la tendencia a fotografiar más, pero de manera menos selectiva. La sensación fue tan genial que ya he decidido que en futuros viajes solo llevaré conmigo una cámara de rollo.
En 5 días tomé aproximadamente 80 fotos, fueron 3 rollos. Los negativos no sufrieron ningún problema con los rayos X de los aeropuertos, pude caminar más liviano y, sobre todo, me moría de ganas de revelar los rollos y ver las fotos.
Les comparto otras fotografías.
Proceso creativo para hacer una fotografía.
Recientemente he empezado a hacer unos videos cortos en los que describo, en tiempo real, mi proceso creativo para hacer una fotografía, desde que surge la idea, pasando por las diferentes posibilidades creativas que se ensayan, hasta llegar a la fotografía finalmente seleccionada para su posible publicación.
Les estaré compartiendo por este medio los videos que voy subiendo, y si les interesa la temática, pueden suscribirse a mi canal de youtube.
Este es el primer video que he subido.
¿Psicosis salvadoreña?
Hace una semana, a esta hora, aún estaba en el aeropuerto «Jorge Chávez», de Lima, Perú, esperando abordar mi vuelo hacia El Salvador ( Por cierto, en este aeropuerto es imperdible probar las rodajas de pastel de zanahoria, son una delicia). Durante toda la semana había estado en Argentina, 5 días en Termas de Río Hondo, Santiago del Estero, participando como poeta invitado, en un Festival Internacional de Poesía, y otros 3 días en Buenos Aires, aprovechando el viaje.
El caso de lo que he dado en llamar «la psicosis salvadoreña» me pasó en Buenos Aires. Había decidido ir a una función al mismísimo «Teatro Colón«, a las 8 de la noche, estaba hospedado a unas 7 cuadras, y pude caminar tranquilamente hacia el teatro a eso de las 7:30 PM. Por supuesto, antes de entrar, hice las fotos de rigor, tipo turista.
Ya adentro del teatro, justo antes de entrar a las butacas, una de las acomodadoras me pidió que dejara mi mochila en los casilleros, dijo que me iban a dar un número para reclamar la mochila a la salida, y entré en pánico. En la mochila andaba todo mi equipo fotográfico, y no estaba dispuesto a dejarla en un casillero. Es aquí donde entra en juego la «psicosis salvadoreña»: en El Salvador sería totalmente improbable dejar en un casillero de un almacén, el súper, o donde fuera, mi mochila cargada con equipo fotográfico, por las razones que todos los salvadoreños conocemos. ¿Qué hice?
Hice el intento de convencer a la acomodadora, pero insistió que no era posible. Me decía que, por ejemplo, habían llegado grandes músicos que habían dejado sus caros y amados violines en el casillero, y que si entendía yo qué significaba para un músico dejar su instrumento (¡por supuesto que lo entiendo!) Luego pasé a explicar mi situación: soy un salvadoreño que no pudo dejar su psicosis por la delincuencia en El Salvador, y que al dejar la mochila en el casillero, aunque yo sabía que iba a estar segura, no iba a disfrutar tranquilamente del espectáculo por estar pensando en la mochila, pero me insistió en que no era posible, por lo que le dije que, en ese caso, prefería abandonar el teatro. En ese momento apareció una señora que parecía ser la jefa de las acomodadoras, me explicó lo mismo, y le expliqué lo mismo.
Para mi suerte, creo que el hecho de estar dispuesto a abandonar el teatro hizo que la jefa se compadeciera de mí, y me dijo que iba a hacer una excepción, y me dejó quedarme con la mochila, pero, me advirtió que no podía hacer fotos del espectáculo, sólo podía hacer fotos del teatro, mientras la función no iniciara, y yo fui muy obediente, y se lo agradecí infinitamente.
Es triste, pero, es nuestra realidad, y es difícil no cargar con ella adonde quiera que vayamos.
¡Buena luz!
«Domingos en la mañana».
El fin de semana pasado tuve la suerte de cubrir, por cuarto año consecutivo, el Festival Artístico Chalateco y el Festival del Maíz, que realiza la Asociación Tiempos Nuevos Teatro, en San Antonio Los Ranchos, Chalatenango. Pueden ver una selección de fotos del festival en este enlace, sin embargo, esta publicación no trata directamente del Festival.
El Festival dura 3 días, de viernes a domingo, como fotógrafo, tengo la responsabilidad de cubrir cada una de las actividades que se llevan a cabo, y de entregar una selección de fotos cada día, por lo que el tiempo se pasa entre hacer fotos y editarlas.
El domingo pasado, por motivos de fuerza mayor, se canceló un evento que iba a ser durante la mañana, entonces, prácticamente quedé libre después del desayuno. Aproveché para ir a descansar un rato en la casa de huéspedes en la que me estaba alojando. Al llegar a la casa me encontré a un grupo de jóvenes que estaban ensayando una escena de teatro, y, en lugar de irme a descansar, me quedé viendo su ensayo, y aproveché para hacerles algunas fotos. La temática era sobre la violencia hacia la mujer, y se percibía que era una creación colectiva original, lo cual me fue confirmado más tarde.
Cuando ellos terminaron de ensayar me explicaron que se trataba de un proyecto para presentarlo en la universidad el día martes siguiente. Uno de ellos, Oscar Castillo, me preguntó si tenía algún comentario sobre su ensayo. Les dije que estaba muy emocionado y, sobre todo, conmovido. Conmovido porque estaba viendo, y viviendo, precisamente de lo que se trata el proyecto cultural de la Asociación Tiempos Nuevos Teatro: que los niños y jóvenes busquen expresarse a través del arte. Los felicité por estar ensayando una obra de teatro, un domingo por la mañana, temprano, en lugar de estar durmiendo, como mucha gente. Les dije que ojalá y pudieran presentar ese trabajo, algún día, en San Salvador, que los apoyaba, e incluso, a manera de broma, les di una idea de cómo podrían llamarse: grupo de teatro «Domingos en la mañana».
Si estos casos se replicaran, y se multiplicaran, a lo largo y ancho de nuestro país, las cosas quizá estarían menos mal.
Lamentablemente no pude asistir a la presentación del día martes, pero, por lo que vi en el ensayo, sé que lo hicieron muy bien. Estas cosas pasan, a 90 Km de San Salvador, estas cosas deben visibilizarse, estas cosas deben movernos, y conmovernos. Nuevamente, ¡felicidades muchachos!
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Las fotografías también se diseñan.
Hace un par de meses, le comentaba a un amigo que yo uso un cuadernito en el que diseño mis fotos, ahí dibujo los bocetos de algunas imágenes y escribo algunas ideas de cómo realizar la foto, por ejemplo, dibujo el encuadre, tengo en mente la fuente de luz y el direccionamiento, y anoto cualquier cosa que me sirva para no olvidar la imagen que he creado y que he visto sólo en mi mente. Mi amigo me decía que nunca había visto un diseño de una foto y le dije que un día le iba a mostrar lo mío, por lo que decidí compartir mi experiencia aquí.
Les comparto tres fotos, una foto del cuadernito en el que hago los bocetos, luego una foto terminada, y, por último, la foto de cómo se hizo la fotografía final.
BOCETO:
En este boceto yo había diseñado un encuadre horizontal, con el motivo a la izquierda, y dejando un espacio negativo a la derecha, lo cual dejé escrito. Este espacio negativo significaba, para mí, dejar un fondo negro. En el boceto se logra ver un chorro y algo que cuelga de él. La foto se trataba de un chorro del que salen unos pequeños clavos en lugar de agua. En un primer momento, pensé que podía lograr el efecto haciendo colgar un hilo negro del chorro y pegando cada clavito a ese hilo, dado el alto contraste que iba a propiciar con la iluminación y la dirección de ésta, pensaba que el hilo negro se mezclaría con el fondo negro, y entonces se volvería invisible, eso lo escribí. Sin embargo, como puede alcanzar a leerse en la nota, entre paréntesis, también puse: «probar dejándolos caer».
FOTO RESULTANTE:
La fotografía pertenece a una serie conceptual, inédita, que he denominado «E. S. Clavos».
Como ya lo habrán notado, el encuadre resultante fue vertical, esto fue debido a que la estética de la composición, para mostrar el efecto deseado, lo pedía.
CÓMO SE HIZO.
Llegado el momento de hacer la foto, antes de probar lo del hilo y el pegamento, preferí hacerle caso a la nota que estaba entre paréntesis, y opté por probar dejando caer los clavos. Como iba a utilizar flash, congelar el movimiento no iba a ser problema. Hice el arreglo de la iluminación, coloqué un chorro arruinado en una regla de madera, y le pedí a mi padre que me ayudara. El problema principal fue sincronizar la caída de los clavos para lograr el efecto deseado, mi padre los dejaba caer, yo disparaba, y los clavos caían en un recipiente. La toma se realizó muchas veces, pero, el resultado fue satisfactorio. Les comparto la foto de cómo se hizo.
¡Buena luz!
La descortesía, en fotografía.
Me pasó al abordar mi vuelo Santa Cruz, Bolivia – Lima, Perú, en ruta hacia San Salvador.
Hace dos semanas tuve la oportunidad de visitar la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra, llamada «La Ciudad de los Anillos» debido a que, urbanísticamente, la ciudad está construida en forma de anillos concéntricos. Lo que me llevó allá fue la poesía, fui invitado a participar, como representante de mi país, en el Primer Festival Internacional de Poesía de la Feria Internacional del libro, en Santa Cruz. Al evento asistimos alrededor de 30 poetas, entre bolivianos y de otros países latinoamericanos, como México, Brasil, Colombia, Argentina, y Nicaragua, cuyo representante fue nada menos que el poeta, el gran poeta, Ernesto Cardenal. Al poeta tuve la oportunidad de hacerle varias fotografías durante la inauguración del Festival, pero les comparto la siguiente:
Mi estancia en Santa Cruz es material para otro post.
Regresando al tema del vuelo Santa Cruz-Lima, hice un pre chequeo del vuelo, en Internet, y, como todo buen fotógrafo, previendo la posibilidad de encontrar buen tiempo, seleccioné un asiento de ventana, un poco atrás de un ala, el asiento 17 A.
Al momento de abordar el avión encontré que mi asiento estaba ocupado por una señora adulta mayor, y a la par estaba un señor, también adulto mayor, quienes no hablaban español, y hablaban poco inglés. Les mostré que mi boleto decía «17 A», pero al parecer no comprendían mi limitado inglés, entonces tuvo que intervenir una aeromoza a quien expliqué la situación. Ella, muy amablemente, me preguntó si yo no tenía inconveniente para sentarme en la penúltima fila, en asiento de pasillo, para que los señores, que viajaban juntos, pudieran ir sentados a la par durante el vuelo. Mi primera intención fue decir que no había problema, pero entonces se me presentó el dilema: le cedo el asiento a la señora y me pierdo la posibilidad de hacer fotografías de la cordillera de los Andes, o soy descortés y hago valer la reserva de mi asiento en pro de la fotografía.
Me pareció una eternidad ese instante, hasta que le dije a la aeromoza: «en la parte trasera de los aviones las vibraciones son mayores, y eso me puede provocar vómito», ella sabía que lo de las vibraciones es cierto, yo lo había leído en algún lado, y me dijo que lo entendía. Justo en ese momento, el muchacho que iba en el asiento 17 C (mi misma fila pero en pasillo) le dijo a la aeromoza que él no tenía inconveniente de cambiarse de asiento, y lo cedió, pero la aeromoza me pregunto si estaba bien que yo ocupara el asiento del pasillo,el 17 C (¡volvió el dilema!), y con todo el dolor de mi alma, y siendo totalmente descortés, le dije que tomaría el asiento de ventana. Los señores se cambiaron de asiento, apenas dijeron «I’m sorry», y finalmente yo pude hacer algunas tomas de la cordillera de los Andes, como lo había pensado.
Alguien me podrá decir que pude haber hecho las tomas desde el asiento del pasillo, pidiendo permiso a los señores, pero, en ese caso, les habría causado otra incomodidad a ellos, y no habría podido tener la misma movilidad y libertad para realizar las fotos que hice. Fui descortés, lo acepto.
No soy un viajero frecuente, y no sé cuándo podré volver a tener la oportunidad de recorrer esa ruta, pero, sobre todo, no puedo negar ser lo que soy, entre otras cosas: un fotógrafo.
Les comparto dos fotos de las que hice ese día, gracias a mi descortesía.
¿Protagonista o espectador?
Hace algunos años hubo una campaña en un periódico que decía algo así como «¿Y tú, eres protagonista o espectador?», parecía un reto. Al leerlo de golpe daba pie a pensar que «YO debo ser un protagonista, no un espectador», como si se tratara de que ser protagonista es ser un ganador y ser un espectador es ser un perdedor. Claro, a nadie le gusta perder (excepto a algunos deportistas o algunas «misses» que no ganan competencias y salen en la televisión diciendo que lo importante era competir…»por favooooorrrr!!!», como diría un respetado médico forense).
Posiblemente la idea de la campaña era que asociáramos que permanecer como espectadores cuando nos pasan cosas malas no es lo más adecuado, sino que es mejor actuar para salir adelante, quizá la intención haya sido buena, no me consta. Y es que suena bonito decir de uno mismo: «yo soy protagonista, no un simple espectador», hasta en un tono ligeramente altanero, lleno de ego, quizá muchos alguna vez lo hemos dicho a quemarropa, sin pensarlo, pero, ¿es esto correcto? Veamos.
Yo, por ejemplo, puedo decir con certeza que fue a los 7 años de edad cuando decidí que quería estar arriba de un escenario tocando música en lugar de estar enfrente, escuchando o bailando. Fue en la época en la que aún estaba funcionando el famoso Teleférico de San Jacinto (el reino del pájaro y la nube) cuando con mi señor padre nos acercamos a escuchar a un grupo de cumbias que tocaba aquella canción que dice «Macorina pom pom, Macorina ponme la mano aquí», y, como el lugar estaba lleno, mi padre me llevó a un costado de los músicos y yo quedé a la par del tecladista; perfectamente podía asociar el movimiento de sus manos con la música que él ejecutaba y ahí quedé prendido. Tuve mi primer teclado a los 11 años y mi primera guitarra (de las de verdad, porque tenía unos pocos meses de edad cuando ya tenía una de juguete) a los 12 años. El resto es historia.
Puedo decir que he sido un protagonista cuando he estado frente a un público al formar parte de mi ex banda «La Pita» (R.I.P), o cuando estoy frente a un grupo de niños y voy a leerles mis poemas. Pero en otras muchas situaciones soy ese, mal dicho, «simple espectador» y no por eso es malo. Creo que cada quien es protagonista y espectador a la vez, son situaciones complementarias, ser protagonista no tiene sentido si no hay un espectador, si no existe esa persona que valida o invalida al protagonista, desde un punto de vista muy particular, y es, precisamente, ese poder en el que radica la importancia de ser espectador. A menudo se asocia a un protagonista con alguien que se dedica a alguna actividad artística o es parte del jet set, pero no es así.
Por ejemplo, en el caso de una mujer que ha tenido un parto distócico, su compañero de vida pudo ser un simple espectador durante el parto, a pesar de ser el Director de una prestigiosa Orquesta Sinfónica, mientras que el médico que atendió y resolvió positivamente el parto fue el protagonista en el procedimiento. Como este pueden haber muchos ejemplos.
Todo esto me viene a la mente porque casi siempre estamos pensando en primera persona, creo que deberíamos darnos un buen baño de agua fría al menos semanalmente. Por ejemplo, en la rama de la fotografía, una buena manera de mantener los pies en la tierra y dejar de pensar que nuestras fotos son las mejores del mundo es darse una vuelta por el sitio 500PX; ahora, si quieren darse un baño de agua fría pero con cubitos de hielo, entonces hay que darle un vistazo al sitio 1x.com
Entonces, ¿qué es mejor, ser protagonista o ser espectador? Pues ni lo uno ni lo otro. Lo mejor es que cada quien se dedique a hacer de la mejor manera posible lo que sabe hacer o lo que le gusta hacer, porque todos somos protagonistas en lo que hacemos y todos somos espectadores de lo que no hacemos.
Dos formas antagónicas de abordar un personaje en una historia.
Recientemente asistí a un taller de fotoperiodismo impartido por el ganador del premio Pullitzer 2013, Rodrigo Abd, en el marco de «El Foro Centroamericano de Periodismo», impulsado por «El Faro».

Rodrigo Abd, ganador del premio Pullitzer 2013, durante el taller que impartió en El Foro Centroamericano de Periodismo.
Durante la última jornada del taller, uno de los participantes, Rodrigo Dada, presentó una historia en la que expresa su paranoia y la falta de libertad que ha experimentado al desplazarse por las calles de El Salvador, después de residir durante 5 años en Europa. En sus fotografías, Rodrigo muestra imágenes de diversas partes del mundo, las cuales ha recorrido a través de Google Street, la peculiaridad de las imágenes que él ha fotografiado en su computadora es que presentan errores en el ensamblado realizado para lograr el efecto de navegación esférica a 360 º. Dentro de su historia, Rodrigo no incluyó imágenes de El Salvador, lo cual generó una polémica en el taller, principalmente por parte de algunos fotoperiodistas presentes que insistían en la necesidad de incluir fotos de El Salvador para que la historia estuviera debidamente contada.
El cuestionamiento sobre el trabajo de Rodrigo Dada era sobre por qué no incluir imágenes de El Salvador, si su paranoia y sensación de encierro es, precisamente, en El Salvador. Rodrigó manifestó que su propuesta no contemplaba incluir imágenes de El Salvador, y, desde mi punto de vista es una forma válida de abordar el tema.
Para contar una historia hay dos formas antagónicas de hacerlo: incluir explícitamente al personaje de la historia o mantenrlo oculto. El éxito, en cualquiera de los 2 casos, estará en si se hace adecuadamente el trabajo narrativo. En el caso de Rodrigo Dada, su personaje es esa paranoia y sensación de encierro que él experimenta por la situación delincuencial y violenta de nuestro país, y su decisión fue la de ocultar el personaje, es decir, mantenerlo «a la vista» de manera implícita.
Yo planteaba, en la discusión del taller, que, por ejemplo, cuando el poeta desea escribir un poema sobre la Luna, se plantea la siguiente pregunta: ¿incluyo la palabra Luna en el poema o la excluyo? En cualquiera de los dos casos se corre el riesgo de no contar bien la historia, en la primera, por exceso de información, y, en la segunda, por falta de información. Inmediatamente se me vinieron a la mente dos grandes poemas acerca de la Luna, abordados de esta manera antagónica. El primero, el «Romance de la Luna, Luna», de Federico García Lorca, y, el segundo, un fragmento del «Canto de Guerra de las Cosas», de Joaquín Pasos.
En el «Romance de la Luna, Luna», el poeta menciona a la Luna deliberadamente, y la belleza del poema radica en el ritmo y dulzura del canto que acompaña a las imágenes del poema :
Fragmento:
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Por otro lado, en el «Canto de Guerra de las Cosas», el poeta no menciona a la Luna, sin embargo al detenerse en la lectura se llega a la conclusión de que nos está hablando de la Luna , sin mencionarla, y en este caso la riqueza es precisamente esa, la manera en que el poeta nos esconde la Luna para que el lector la descubra.
Fragmento:
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos
de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las
de navegar.
Todas los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasmas de bandera para ser
pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si
fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y
besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora
de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
Sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una
niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de
mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
Debo decir que supe de la Luna contenida en estos versos de Joaquín Pasos a través de mi amigo músico y poeta Santiago Vásquez, quien comentó en una ocasión «es obvio que en el poema de Joaquín Pasos se habla de la Luna». Gran lección aprendida.
En fin, todo esto nos lleva a algo que quizá ya sabíamos: en cuestión de expresiones artísticas todo depende de la apreciación, no hay reglas, no hay fórmulas. Siempre y cuando se logre narrar adecuadamente, ¿qué más da si presentamos abiertamente o no al personaje de nuestra historia?
Les comparto una de mis fotos de la Luna.