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La oropéndola y la máquina del tiempo

Este es un breve comentario sobre el sentido dramático de la obra “¡Ay amor, ya no me quieras tanto”, de la dramaturga mexicana Lucero Millán, con un enfoque desde los personajes y las circunstancias. Fue realizado como parte de mi proceso formativo en dramaturgia, en el Espacio Permanente de Formación en Escritura Dramática «Didascalia», que facilitan Jorgelina Cerritos y Los del Quinto Piso.
Sin lugar a dudas, en esta obra de Lucero Millán, los personajes y sus circunstancias conforman el plano de articulación de la acción dramática predominante. Dos personajes, una mujer y un hombre, que nos irán mostrando a otros personajes, por medio de saltos temporales. Dos personajes un tanto reservados, al inicio, un tanto herméticos, desconfiados, con lo que la autora empieza a generar esa tensión dramática al lector, haciéndolo mantener su atención para averiguar el porqué de su reserva. La autora se auxilia de objetos simbólicos, como los son el saco que la mujer cuida con recelo, y el calcetín que el hombre zurce una y otra vez, para reforzar esa tensión, en forma de metáfora. Asimismo, nos da idea de las diferencias entre estos personajes, por ejemplo: desde el idiolecto, se propone a una mujer con una forma de expresarse que roza con lo poético, de hecho, el personaje masculino le dice en una réplica: “habla usted como si fuera un libro”, mientras que el hombre habla de manera más coloquial. En la escena en la que ambos miran un paisaje, él ve uno desértico y ella ve una selva tropical, incluso ella afirma ver una oropéndola, mientras que él ve un cóndor; también, la diferencia entre ellos se establece en sus motivos de viaje: ella viaja hacia un lugar donde pueda dormir y él es un viajero de negocios, creando al lector una atmósfera en la que se respira la pregunta de qué va a pasar entre ellos.
Tras romper la barrera de la desconfianza, empieza un acercamiento entre los personajes, la autora propone un estira y encoje de preguntas sin respuestas entre ambos, como elemento de tensión, hasta que se logra romper esa barrera y los personajes empiezan a fluir, empiezan a intercambiar sus memorias, de tal forma que este tren en el que viajan estos personajes, se convierte en una especie de máquina del tiempo. Desde este tren, desde este viaje, el lector va descubriendo que en la memoria de ambos hay una historia en común de violencia intrafamiliar. Por un lado, la violencia que la mujer recibe de su marido, y de la que está escapando, y, por el otro, la violencia que sufrió la madre del hombre, por parte de su marido, padre del hombre. Todo esto en medio de una nueva atmósfera de tensión creada por la autora, cuando deja entrever que los personajes se han conocido previamente, el hombre piensa que ella es una vecina suya, y ella, en principio, lo niega, y aunque el texto no deja clara de manera explícita esta situación, es casi seguro que el lector decidirá que la mujer sí es la vecina conocida del hombre. Además, hay un giro tensional importante cuando el hombre se baja del tren sin mayores explicaciones y luego se sube, como un vendedor, y parece no reconocer a la mujer.
La mujer incentiva al hombre a buscar a la madre, a quien él no pudo ayudar en un momento de maltrato: “El único lugar donde uno puede recuperar su dignidad es en el lugar donde la perdió.» Hacia el final, los personajes se van acercando cada vez más, hasta llegar a un beso en la boca, cuya sensación de final feliz se rompe cuando el viaje termina y los personajes parece que irán por caminos separados, aunque la autora da una luz de esperanza, ya que, en su última mirada al paisaje, el hombre logra ver a la oropéndola, dejando la sensación en el lector de que las diferencias entre ellos ya no existen y que quizá se reencuentren en la máquina del tiempo.