Sordera selectiva

Este es un breve comentario sobre el sentido dramático de la obra «Ruido», de Mariana de Althaus, con un enfoque desde la dupla metáfora-realidad. el comentario fue realizado como parte de mi proceso formativo en dramaturgia, en el Espacio Permanente de Formación en Escritura Dramática «Didascalia», que facilitan Jorgelina Cerritos y Los del Quinto Piso.

¿Qué pasaría si tuviéramos un interruptor y pudiéramos apagar nuestro sentido del oído, para dejar de escuchar lo que no nos gusta? Sería genial, podríamos dejar de escuchar esos potentes motores de los autobuses o de algunas motocicletas, los parlantes a todo volumen que ponen algunas iglesias, esa batería de una mala banda de rock que suena en la madrugada, el reguetón en los microbuses, en fin. En su obra “Ruido”, Mariana de Althaus ensaya algo parecido, al proponernos la metáfora de una familia que no quiere escuchar un ruido que les molesta, lo escuchan, claro, pero hacen todo lo que está a su alcance para dejar de escucharlo, padecen de una especie de sordera selectiva, que, vista desde la interpretación de la obra, se puede traducir como una evasión de la realidad que vivió una parte de la sociedad peruana en los años 80’s, fecha en las que se contextualiza la obra. Quizá vale la pena decir que la metáfora sigue vigente en nuestros días y que no es exclusiva de los peruanos.

Desde el inicio de la obra se nos plantea la sordera del personaje de la madre (Agusta) como una herramienta para la tensión dramática, ese juego del sordo y del aparecimiento de un ruido que no se sabe exactamente qué es, surge oportunamente en diferentes momentos del texto, generando en el lector un interés por descubrir de qué se trata, pero en el camino de la lectura, la autora nos va dejando pistas sobre ese ruido. El texto menciona algunas situaciones de la realidad, que efectivamente podemos relacionar a ruidos explícitos, como las explosiones de coches bomba, torres eléctricas derribadas, la guerra, pero también se mencionan otras situaciones que forman parte de ese ruido, pero no desde lo literal, por ejemplo, se habla de huelgas, de escasez, de paros nacionales, de asesinatos de periodistas, hasta de una posible reelección presidencial del “caballo loco”, como le decían a un expresidente peruano. Todo esto en el medio de una fábula que relaciona a los miembros de una familia matriarcal, con una vecina a quien su esposo la ha abandonado, hechos que suceden en horas en las que la ciudad está bajo un toque de queda, lo que pone tensión a los sucesos por la posibilidad de que al salir de la casa, se haga efectivo el toque de queda. La autora utiliza, además de ese recurso sonoro incierto, otras situaciones que ponen en tensión a los personajes: el alcohol, la locura, el miedo, la infidelidad, la disfuncionalidad familiar, un apagón, las drogas, el sexo y el abuso sexual, la migración, entre otras. El personaje más lúcido es la Vecina, y es ella quien hacia el final del texto intenta “encender el interruptor” que ojalá tuvieran en los oídos los otros personajes, para que puedan “escuchar” la realidad social que están evadiendo, por medio de una canción: VECINA: Esta es la historia de la familia Agusta/ se tapa los ojos si algo le asusta/ vive encerrada en la isla de la fantasía/ se esconde en la tele si jode la vida. La Vecina, que se ha dejado atontar por esta familia, al no ver reacción alguna ante su intento, toma acción en su vida y sale de la casa, a pesar del riesgo que implica hacerlo bajo le toque de queda. Como no podía ser de otra manera, la desgracia ocurre, y hay una explosión cuando ella sale, lo que la obliga a regresar a la casa de esta familia y pedirles ayuda, pero lógicamente se topa con esa sordera selectiva, y es ignorada por completo por esta familia que se queda inmutable a lo que sucede afuera, y muy “AGUSTO”, viendo la televisión, hasta que se aburren y la apagan.

La oropéndola y la máquina del tiempo

Este es un breve comentario sobre el sentido dramático de la obra “¡Ay amor, ya no me quieras tanto”, de la dramaturga mexicana Lucero Millán, con un enfoque desde los personajes y las circunstancias. Fue realizado como parte de mi proceso formativo en dramaturgia, en el Espacio Permanente de Formación en Escritura Dramática «Didascalia», que facilitan Jorgelina Cerritos y Los del Quinto Piso.

Sin lugar a dudas, en esta obra de Lucero Millán, los personajes y sus circunstancias conforman el plano de articulación de la acción dramática predominante. Dos personajes, una mujer y un hombre, que nos irán mostrando a otros personajes, por medio de saltos temporales. Dos personajes un tanto reservados, al inicio, un tanto herméticos, desconfiados, con lo que la autora empieza a generar esa tensión dramática al lector, haciéndolo mantener su atención para averiguar el porqué de su reserva. La autora se auxilia de objetos simbólicos, como los son el saco que la mujer cuida con recelo, y el calcetín que el hombre zurce una y otra vez, para reforzar esa tensión, en forma de metáfora. Asimismo, nos da idea de las diferencias entre estos personajes, por ejemplo: desde el idiolecto, se propone a una mujer con una forma de expresarse que roza con lo poético, de hecho, el personaje masculino le dice en una réplica: “habla usted como si fuera un libro”, mientras que el hombre habla de manera más coloquial. En la escena en la que ambos miran un paisaje, él ve uno desértico y ella ve una selva tropical, incluso ella afirma ver una oropéndola, mientras que él ve un cóndor; también, la diferencia entre ellos se establece en sus motivos de viaje: ella viaja hacia un lugar donde pueda dormir y él es un viajero de negocios, creando al lector una atmósfera en la que se respira la pregunta de qué va a pasar entre ellos.

Tras romper la barrera de la desconfianza, empieza un acercamiento entre los personajes, la autora propone un estira y encoje de preguntas sin respuestas entre ambos, como elemento de tensión, hasta que se logra romper esa barrera y los personajes empiezan a fluir, empiezan a intercambiar sus memorias, de tal forma que este tren en el que viajan estos personajes, se convierte en una especie de máquina del tiempo. Desde este tren, desde este viaje, el lector va descubriendo que en la memoria de ambos hay una historia en común de violencia intrafamiliar. Por un lado, la violencia que la mujer recibe de su marido, y de la que está escapando, y, por el otro, la violencia que sufrió la madre del hombre, por parte de su marido, padre del hombre. Todo esto en medio de una nueva atmósfera de tensión creada por la autora, cuando deja entrever que los personajes se han conocido previamente, el hombre piensa que ella es una vecina suya, y ella, en principio, lo niega, y aunque el texto no deja clara de manera explícita esta situación, es casi seguro que el lector decidirá que la mujer sí es la vecina conocida del hombre. Además, hay un giro tensional importante cuando el hombre se baja del tren sin mayores explicaciones y luego se sube, como un vendedor, y parece no reconocer a la mujer.

La mujer incentiva al hombre a buscar a la madre, a quien él no pudo ayudar en un momento de maltrato: “El único lugar donde uno puede recuperar su dignidad es en el lugar donde la perdió.» Hacia el final, los personajes se van acercando cada vez más, hasta llegar a un beso en la boca, cuya sensación de final feliz se rompe cuando el viaje termina y los personajes parece que irán por caminos separados, aunque la autora da una luz de esperanza, ya que, en su última mirada al paisaje, el hombre logra ver a la oropéndola, dejando la sensación en el lector de que las diferencias entre ellos ya no existen y que quizá se reencuentren en la máquina del tiempo.

El amor en tiempos de la psicosis

El amor en tiempos de la psicosis

Este es un breve comentario sobre el sentido dramático de la obra “4:48 Psicosis”, de la dramaturga británica Sarah Kane, con un enfoque desde el texto y el contexto. Fue realizado como parte de mi proceso formativo en dramaturgia, en el Espacio Permanente de Formación en Escritura Dramática «Didascalia», que facilitan Jorgelina Cerritos y Los del Quinto Piso.

Por René Figueroa

¿Se es capaz de amar desde un estado psicótico? En términos simples, la psicosis es un estado mental en el que se ha perdido cierto contacto con la realidad. En el texto “4:48 Psicosis”, de Sarah Kane, la autora nos presenta a un personaje que vive en esta condición, entre confusiones, arrebatos e intentos suicidas, pero también nos plantea a una mujer que ama o ha amado a uno de los médicos que la atienden, sin haber sido correspondida. ¿Es real este amor o ha sido producto de su vulnerabilidad, dada su condición?  

De entrada, la autora nos plantea un enredo textual, en clave poética, que nos deja sin aliento al leerlo, nos genera una atmósfera de asfixia literal, pero también una  asfixia del pensamiento. Se nos va mostrando un personaje, en el contexto de una institución mental, en negación de su ser, en sufrimiento y con pensamientos erráticos y desgarradores. La autora hace un uso del texto escrito para ir produciendo efectos dramáticos en la lectura. Por ejemplo, hay un traslado de lo errático del personaje, al lector, por medio de los números, cuando en las primeras páginas se nos presenta una serie de números que no tienen una secuencia lógica, apareciendo desordenados en la página y en un orden descendente, a partir del 100; en cambio, hacia el final del texto, nos presenta un momento de lucidez del personaje, y mediante los números, nuevamente, nos traslada a la coherencia del personaje, por medio de una secuencia numérica descendente en la que se va restando 7 a partir del número 100 (100, 93, 86, 79, 72, etc.), que es un test rápido para evaluar la cordura, usado en psiquiatría. La autora propone una especie de montaña rusa de emociones que dosifica la tensión dramática, a veces desde lo poético, a veces desde el diálogo, y a veces desde la sonoridad y el ritmo, como cuando usa toda una página con combinaciones de palabras como “luz, tajo, paf, aplicar, retorcer, quemo, etc.” (que en el idioma original de la obra, el inglés, nos remite a un método conocido como Movimento Laban, recomendado para mejorar el nivel de interpretación de actores), generando en el lector una repetición de palabras, que propician sensaciones de lo caótico, lo enérgico, lo compulsivo, y hasta quizá de lo convulsivo, que puede llegar a ser una persona en estado psicótico. Desde el lenguaje poético se vislumbran trazas del discurso autoral, con críticas o posicionamientos hacia los doctores, a la familia, a la religión, a la sexualidad, a la discriminación, al suicidio, entre otros. Los diálogos, reveladores sí, pero sin la carga poética, permiten mantener el interés, mediante esta historia de amor no correspondido entre el personaje principal y un médico, dejando entrever que, además de la condición médica en sí y lo duro de la sintomatología y de los tratamientos, esa no correspondencia incide en los momentos en los que se produce el deseo de la muerte en la protagonista. La protagonista parece ver en el médico una tabla de salvación, quizá de ahí proviene el supuesto amor, y la no correspondencia no solo llega desde lo sentimental, sino también desde lo profesional, ya que la medicina no logra esa cura tan ansiada. Se produce entonces una dualidad: la paciente no desea morir, pero, a falta de progresos en su condición y a su despecho, sí desea morir, constituyéndose esto en un círculo vicioso, que solo puede conducir a una salida trágica, para la cual todos los días se abre una ventana de tiempo a las 4:48 am, justo cuando no hay nadie que pueda abrirnos la cortina para ver la luz del nuevo día.

De parecidos y olvidos

diciembre 28, 2022 Deja un comentario

De parecidos y olvidos

Este es un breve comentario sobre el sentido dramático de la obra “Atando cabos”, de la dramaturga argentina Griselda Gambaro, con un enfoque desde la fábula y el discurso autoral. Fue realizado como parte de mi proceso formativo en dramaturgia, en el Espacio Permanente de Formación en Escritura Dramática «Didascalia», que facilitan Jorgelina Cerritos y Los del Quinto Piso.

Por René Figueroa

¿Decirle a alguien que parece un poco militar cae ya en la categoría de insulto? Para Elisa, la protagonista de “Atando cabos”, por lo menos en principio, es una señal sobre la que hay que tener cuidado. Este texto es el clásico ejemplo de cómo se puede componer un texto dramático a partir de la fabulación de una historia de ficción, para posicionar de manera contundente un discurso autoral adosado a un hecho histórico. Gambaro se inventa la historia de un naufragio, la cual introduce mediante un coqueteo que capta nuestra atención, para, al final, restregarnos en la cara la corta memoria histórica de la que padece nuestra sociedad, pero, al mismo tiempo, contagiarnos de una buena dosis de coraje para evitar que lleguemos al despreciado olvido.

Dos veces le dice Elisa a Martín que parece un poco militar, pero a pesar de eso ella ha accedido a hablar con él, ¿será que con sus atenciones él ha hecho que ella gane confianza o es que ella, al creer que es un militar, ha decidido dejar que él se le acerque, para así poder descargar la furia que su memoria le permita conservar?

Si leemos llanamente el texto, la historia es simple: dos personas socializan durante un naufragio, llegando a establecer un vínculo mínimo que les permite hablar de su pasado. Sin embargo, la autora nos va desvelando, poco a poco, pistas de sus verdaderas intenciones, empezando por la dedicatoria: “A los chicos de la noche de los lápices”, en alusión a un grupo de estudiantes que fueron víctimas mortales de hechos represivos de la dictadura argentina, en 1976. Luego, se menciona el parecido a militar que tiene Martín, dejando en el lector un olor a pólvora, que se reitera en otra parte del texto. Los personajes, entonces, empiezan a representar, por un lado, Elisa, a las víctimas, y, por el otro, Martín, a los victimarios. La tensión en la fábula, inicialmente, va creciendo en torno al naufragio en alta mar, el choque, el chaleco salvavidas, el escape en balsa, el racionamiento del agua y la comida, la llegada de la noche, el miedo de Martín; luego, se traslada a la plática: Martín se cansa de escuchar hablar a Elisa, pero no es tanto porque ella hable mucho, sino por lo que dice, mejor dicho, por lo que ella “denuncia”, con relación a la muerte de su hija. En este ir y venir de palabras, Martín va cayendo en esa trampa con la que Elisa pretende quizá descargar su furia, así, el pez va muriendo por su boca, y al verse descubierto en el conocimiento que tiene sobre ciertos hechos, su excusa es que ha caído en la cuenta de eso porque ha ido atando cabos. Así, la tensión dramática crece hasta explotar, cuando, ya hacia el final, la autora introduce hechos del pasado ficcional que son perfectamente identificables como hechos históricos reales, para un argentino, al contarle a Martín que su hija se juntó con otros chicos para una necedad, que era una rebaja del omnibús o algo así. Para alguien ajeno ese país, esto solo representaría un hecho más del pasado de Elisa, pero, en realidad, desde acá se va configurando el cierre del discurso de la autora, que más adelante pone en boca de Elisa, cuando le dice a Martín: “No contar con mi resignación es su fracaso. No conseguir borrar mi memoria, su naufragio. En esta tierra que transito usted no puede vivir. En estas aguas, usted no sabe nadar”. Así, la autora ha construido, dentro de esa fábula, un personaje que nos invita a evitar el olvido y preservar la memoria histórica, como un hecho reivindicativo.

«El ciclo de la vida: nacer, crecer, SOÑAR, reproducirse y morir»

septiembre 21, 2022 Deja un comentario

Serie, de mi autoría, presentada en la exposición fotográfica internacional «La gestación del yo… un acto voluntario», en la facultad de Estudios Superiores, Aragón, de la UNAM, en el Estado de México, en septiembre de 2022. En el marco del Encuentro Internacional de Fotografía Caleidoscopio 2022, en su XX edición . Con la participación de 20 países.

El ciclo de la vida:

 nacer, crecer, SOÑAR, reproducirse y morir

Iba por el teatro, y encontré el río.

agosto 15, 2022 2 comentarios
Río Sensunapán, Cantón Sisimitepet, Nahuizalco, Sonsonate, El Salvador. 13/agosto/2022.

El sábado pasado iba en el plan de darle cobertura fotográfica a un evento teatral comunitario, presentado por el grupo «Teatro Tuhuapán», que forma parte del Colectivo Alcapate. La puesta en escena es el proyecto ganador del Premio Ovación 2021, que entregó el Teatro Luis Poma a Óscar Guardado, Astrid Francia, Marco Paiz y Karla Coreas, el año pasado.

Sabía que haríamos un recorrido por la zona, visitaríamos un santuario en un nacimiento de agua, pero no tenía del todo claro si nos llevarían hasta el lecho del Río Sensunapán, por cuestiones de tiempo. La comunidad ha estado luchando durante años por este río, y en la actualidad mantienen una campaña para decirle «no» a la octava hidroeléctrica (#LaOctavaNoVa).

Desde hace dos meses estoy en terapia cognitiva conductual, debido a una recaída, después de 13 años, de un trastorno de pánico agorafóbico. La caminata y el terreno escabroso sometieron a mi cuerpo a una carga física a la que no estoy acostumbrado. Hubo un momento de la caminata, justo antes de llegar al lecho del río, en el que sentí que las piernas me flaquearon y decidí ya no bajar, temiendo que mi cuerpo no resistiera y que eso me fuera causar un ataque de pánico. Pero después de pensarlo un momento, y decirme que ya estaba a pocos pasos, retomé el camino y terminé llegando al río. Por supuesto, fueron muy gratificantes el paisaje visual, la referencia auditiva del caudal, la compañía de los amigos y el respirar ese aire puro de la zona, pero la energía del río fue imponente.

Bajar o no bajar, esa es la cuestión. (Foto por Marco Paiz-13/agosto/2022)

Lo que faltaba era regresar: piernas cansadas, mascarilla, el arnés con 12 lbs de equipo fotográfico y el terreno con gran pendiente. Por suerte, un colaborador del colectivo se ofreció a ayudarme a cargar el arnés. El regreso estuvo pesado, pero mi cuerpo lo resistió. Llegamos al sitio donde se llevaría acabo la representación teatral, tras la cual hubo una invocación indígena de los 4 rumbos, comida típica de la zona y venta de artesanías.

Para mí, que estoy justo a media terapia debido al trastorno de pánico, la reacción de mi cuerpo fue reveladora, y esto, sumado al ambiente espiritual, natural, artístico, cultural y amistoso de todo el evento, tuvo un efecto sanador ante esos monstruos que me habitan la cabeza. Fue un golpe de luz en medio de esa oscuridad, que, sin duda alguna, será de una gran ayuda en todo mi proceso para recuperar mi libertad mental.

Les comparto algunas fotos de todo el evento en este enlace.

Crónica de un reencuentro no anunciado.

*El día en que se iban a reencontrar, los integrantes de La Pita Vieja se levantaron a la misma hora de siempre.*

Fui fundador, y guitarrista, del grupo La Pita Vieja, allá por el año 1998, junto a Carlos Melgar (baterista), Eduardo Vega (bajista) y Efra López (vocalista); posteriormente se integraba en los teclados Jorge Sandoval. Más tarde, allá por el año 2007, Efra salía de la banda y se integraba Marcelo Avilés, como vocalista. Años después, en agosto del año 2010, dábamos nuestro último concierto, La Pita llegaba a su fin y paralelamente nacía otro grupo: 3AM, con los otros 3 fundadores de La Pita. Yo prometía en un comunicado que la desintegración de La Pita era definitiva. Y así lo fue, y nunca se consideró una posible reunión de la banda.

La cuarentena domiciliar, por COVID, en el año 2020, propició que todos los exintegrantes de La Pita hiciéramos una reunión, vía zoom, para recordar viejos tiempos, ver fotos, en fin, quizá como una forma de combatir el encierro en el que nos encontrábamos en esos días.

Reunión de exintegrantes de La Pita, vía zoom, en mayo de 2020.

Nos mantuvimos en comunicación en un grupo de whatsapp, y a mediados de mayo, ya en 2021, Efra propuso grabar un nuevo disco y todos los demás estuvimos de acuerdo. Hasta ese momento nadie había mencionado una posibilidad real de volver a tocar juntos en un escenario. El 27 de mayo, los integrantes que una vez fueron parte del grupo 3AM, y que han permanecido activos en la escena musical durante todos estos años casi 11 años posteriores a la desintegración de La Pita, anunciaron que darían un concierto para el día sábado 29 de mayo. Mediante interacciones en la publicación de Facebook, casi de broma en broma, acordamos que yo llegaría al concierto y que tocaríamos juntos una de nuestras canciones originales: la promesa. Marcelo también anunció su llegada, muy lamentablemente, Jorge no pudo llegar. El improvisado plan era sencillo: tocar una sola canción, porque yo tenía más de 10 años de no pisar un escenario y, lógicamente, no tenía listo un repertorio para tocar en vivo. Sin más planificación, y sin ensayar esa canción, acordamos reunirnos en «El parcito», donde sería el concierto.

Ya en el lugar, el día del concierto, después de las fotos de rigor con mis hermanos de la banda y con amigos, el plato estaba servido: el escenario listo, un buen sonido a cargo de Edwin Cruz, quien fue el ingeniero de sonido del disco «Con la tierra en los pies», que grabamos con La Pita en 2001, y lo más importante: las ganas de volver a tocar juntos, después de tantos años.

Dispusimos que nuestra intervención con «la promesa» sería al inicio del segundo set del concierto. Ya estando en el escenario, Efra me pidió, fuera de lo recientemente acordado, que tocáramos otra canción, un cover de Radiohead; Eduardo gentilmente me recordó los acordes y nos lanzamos al agua, sin más. Es increíble cómo opera esta maquina que llamamos cerebro, después de apenas unos segundos de estar tocando esta canción, mis manos recorrían el mástil de la guitarra como si esos más de 10 años nunca hubieran pasado. Seguimos con 3 covers más (Mi primer día sin ti, de Enanitos Verdes; La célula que explota, de Caifanes y Cocaine, de Eric Clapton) y luego le daríamos paso a la canción original que habíamos acordado tocar. Después de tocar «la promesa», pensé que era el momento de cerrar mi intervención, pero Eduardo y Carlos pidieron que tocáramos otra canción original, que por supuesto también teníamos más de 10 años de no tocar: «Mi cabeza otra vez«. De nueva cuenta, tuve que recordar los acordes, la intro y de nuevo al agua. Fue una media hora intensa, muchos recuerdos se me venían a la cabeza mientras tocaba, sentía que en el escenario éramos los mismos de hace 10 años: yo, a la derecha, Efra y Marcelo al centro, y Carlos y Eduardo un poco atrás, manteniendo siempre buena comunicación entre ellos. El complemento perfecto de lo que pasó en el escenario fue un público muy receptivo, y, para sorpresa nuestra, una parte de ese público eran personas que acostumbraban a llegar a nuestros conciertos de antaño. En fin, se juntaron muchas cosas para que la magia ocurriera, para que pudiéramos viajar en el tiempo sin necesidad de una máquina.

No sentí más nervios de los que normalmente se sienten al iniciar un concierto, toqué con esta banda durante muchos años y eso me generaba una gran confianza. Los momentos más especiales de la vida se atesoran y este ha sido uno de ellos. Este reencuentro improvisado creo que ha dejado una semilla sembrada, aún es temprano para asegurar cualquier cosa. Por el momento, lo único concreto es que tenemos los deseos y el compromiso de componer nuevas canciones. Todo lo que venga de aquí en adelante será, sin duda, un triunfo de la música, un triunfo de la vida, ante la actual amenaza latente que ha hecho que muchos pierdan su batalla contra la muerte, como la perdió Santiago Nassar frente a sus agresores.

La foto del recuerdo, después del concierto. Foto por Julio Hernández
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¿Indignados por «Rompan todo»? En fin, la hipocresía.

Recientemente he leído muchas críticas locales al documental de Netflix «Rompan todo: la historia del rock en América Latina». No voy a entrar en el análisis del documental porque no soy especialista, sí puedo decir que es cierto que no se incluyó la escena centroamericana, lo cual no debería causar sorpresa porque la música de esta área geográfica siempre estuvo en el olvido, salvo contadísimas excepciones, si acaso. Como salvadoreño y como ex miembro de la banda de rock «La pita vieja» (no tan conocida), que estuvo activa desde 1998 hasta 2010, puedo decir que, al menos, algo conozco de nuestro medio.

Lo que me ha llamado la atención es que una parte de los comentarios que he visto vienen de algunas personas que en su momento histórico tuvieron en sus manos poder autorizar o rechazar la programación de canciones nacionales de rock en las radios. De todos es conocido que la música nacional, en general y en esas épocas, recibió poco apoyo para su difusión en las radios. A la fecha, aún hay deuda en este rubro. Estoy claro de que las bandas salvadoreñas más importantes sonaron bastante y de manera orgánica, otras, tuvieron que poner a todos sus familiares y conocidos a llamar por teléfono a las radios para que las canciones se quedaran en programación. Eventualmente, los apoyos llegaron en formato de programas especiales para rock nacional, pero entrar a la programación normal era una verdadera hazaña.

¿Cuál es mi punto? Bueno, ahora se critica la exclusión de centroamérica en ese documental, pero, en su momento, las barreras para las bandas salvadoreñas eran locales. Quiero contar una anécdota que viví en carne propia, cuando era integrante de La Pita Vieja, y recién habíamos grabado el que fue nuestro único disco («Con la tierra en los pies»), allá por el 2001 y 2002, en el estudio de Roberto Salamanca.

Con dificultades logramos concertar una cita con el director de una radio especializada en rock, para entregar nuestro disco y que lo consideraran para ponerlo en programación. Me acompañó a esa reunión el baterista de la banda. Nos hicieron pasar a una sala de reuniones, había una mesa larga y unas sillas bastante cómodas, como para unas 10 personas. Después de una espera, el director se sentó frente a nosotros y le explicamos nuestros motivos. Todo parecía tan ceremonioso, yo me sentía como si fuéramos a ser juzgados. Después de escucharnos, entre otras cosas de menor importancia, el director nos dijo que siendo honesto a él le gustaría tener a «Aerosmith», sentados en esa sala, en lugar de nosotros, pero que «ni modo»; nos lanzó el discurso de que la calidad de las grabaciones locales iban de malas a malísimas y que no cumplían los estándares de las radios y que ese era uno de los motivos por los cuales ellos no podían programar a todas las bandas, pero también nos dijo que «uno tiene su corazoncito» y que a veces terminan programando las canciones. Después del sermón, nos despedimos, y yo sabía que con esas palabras nos habían bateado y no teníamos posibilidades de sonar. Jamás voy a olvidar que nos hicieran sentir que preferían tener a Aerosmith pero que, ni modo, La Pita Vieja es lo que había, no era necesario minimizarnos de esa manera. Unas semanas después de la reunión, saliendo de mi trabajo, al poner la radio comenzó a sonar una de nuestras canciones («Promesa«) y fui «feliz», todo a costa de una ahuevada comparándonos con «Aerosmith» y del corazoncito del director de la radio. 😀

En otra ocasión, siempre intentando promocionar nuestro disco «Con la tierra en los pies», fui a otra radio, en la Colonia Roma. Ahí nos atendió de manera muy amable el director. Nos hizo una crítica a la canción que estábamos lanzando («Mi cabeza otra vez«) y nos dijo que a su juicio le hacía falta punch al bombo. Regresamos al estudio a remezclar la canción y se la volvimos a llevar. Después resultó que esa rola no iba con el formato de la radio, pero que pondrían en programación otro tema («Tus alas«), por una semana. Si no hubiéramos remezclado la primera canción, no nos hubiéramos dado cuenta de que la canción no cabía en el formato de la radio y hubiéramos pensado que nos la habían rechazado por una mala mezcla. ¡Vaya usted a saber! Creo que está por demás decir que fuimos a casi todas las radios, con menos suerte.

Entonces, para mí, es claro que «Rompan todo» nos excluyó por el criterio de alguien que es de afuera del área centroamericana, pero también es claro que las exclusiones que en El Salvador se vivieron en esos años eran demasiado locales, municipales, diría Rafael Menjívar Ochoa.

Como dice el meme: en fin, la hipocresía.

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¡¿Qué pasó con los Facebook Live?!

noviembre 25, 2020 Deja un comentario

El 17 de marzo de este año, casi a manera de juego, publiqué que, si se conectaban al menos 20 personas, iba a hacer una lectura de mis poemas en un Facebook Live. Era la primera vez que hacía uno, y lo hice porque en ese momento estaba empezando a gestarse el movimiento de #quédateencasa, debido a la pandemia. Para mi sorpresa, unas 60 personas me escribieron diciendo que sí se iban a conectar y lo llevé acabo. Para mi mayor sorpresa, se conectaron unas 100 personas (pico) y se mantuvieron unas 70 personas hasta el final. Los resultados finales fueron los siguientes: 1,300 reproducciones, 307 comentarios, 168 likes, 88 me encanta y 2 me divierte (jaja), como puede verse en la imagen de arriba.

En la medida fue pasando el tiempo, los recitales de poesía por ese medio se fueron haciendo cada vez más y más frecuentes, y al mismo tiempo fueron perdiendo audiencia. Lo pude comprobar, en carne propia, cuando ya ahí por julio, quizás, volví a preguntar que quiénes se apuntarían a una nueva lectura de mis poemas y solo tuve un par de respuestas, por lo que no la llevé a cabo.

Las lecturas de poesía nunca han atraído a grandes cantidades de público, he visto cancelarse recitales presenciales porque no llegó nadie o casos en los que solo aparecen unas 5 personas. Incluso, he visto recitales de poetas ya consagrados a los que apenas llegan unas 30 personas, lo cual se considera un rotundo éxito, en el medio poético. Y esto no solo pasa en El Salvador, he tenido la oportunidad de asistir a 12 festivales de poesía en varios países de latinoamérica, y la situación no es muy diferente.

Recientemente, tanto en nuestro país como en otros, he visto no pocos recitales gratuitos, por Facebook Live, con 5 personas conectadas, esfuerzos que, incluso, han presentado a poetas de varios países, y el resultado ha sido el mismo. Y esto se ha ido expandiendo a otras ramas, también. Por ejemplo, en septiembre, tuvimos la oportunidad de organizar, para el Club de Fotografía de El Salvador ASA200, una serie de 10 conversatorios gratuitos sobre fotografía, en el que participaron fotógrafos de varios países, y en el mejor de los casos logramos 100 personas conectadas y en el peor, unas 25 personas conectadas. ¡¡Ni siquiera pudimos lograr un 100% de asistencia de nuestros propios socios!! Increíble.

Entonces, ¿qué pasó con los Facebook Live?

Bueno, mi respuesta es que el público simplemente se aburrió de una oferta excesiva de recitales (y de otras tantas actividades artísticas). Sin embargo, creo que sí hubo un momento, especialmente durante los primeros meses de la pandemia, en el que todos las propuestas que se hicieron desde Facebook Live fueron honestamente valoradas y bien recibidas por el público. Por eso, a 8 meses de ese Facebook Live: muchas gracias a los que me acompañaron ese día.

Un abrazo.

Les comparto el video:

Cincuenta.

abril 10, 2020 1 comentario

Este es un proyecto fotográfico que desarrollé durante el último trimestre del año pasado y que concluí en febrero de 2020. Está calientito.

Cincuenta.

Statement.

Afrontar y aceptar el envejecimiento de mis padres es algo que estuve evadiendo por años. Llegará un punto en el que uno se convertirá en el padre (o madre) de ellos, si la fortuna de la vida nos lo permite.

En  mi familia solo somos tres: mi madre, de 82 años, mi padre, de 85, y yo, que este año cumpliré 50.

Los enojos, las necedades, los olvidos, el deterioro físico paulatino, son solo algunas señales de que se acerca el momento en el que ellos dejarán de ser independientes. Algunos hijos hemos de convertirnos en cuidadores de nuestros padres, pero esto no debe ser una limitante para disfrutar nuestra propia vida.

Este proyecto fotográfico tiene como propósito tratar de provocar una reflexión en el espectador, ante esta situación. Ojalá le sirva a alguien como un posible punto de partida, ya sea temprano o tarde, para enfrentar esta realidad.

Las fotografías son el medio perfecto para provocarnos el hecho de recordar. Hacer una pausa ante la llegada de mis cincuenta años y ver atrás, resultan ser los mejores pretextos para expresarme en torno al proceso de envejecimiento de mis progenitores.

No tengo las claves para dominar esta situación, cada día es un nuevo aprendizaje, lo que sí tengo claro es que a lo largo del proceso debe prevalecer la armonía, el equilibrio y el amor. De otra manera, todo puede volverse un caos.

Momentos fotográficos.

En este proyecto hay tres momentos fotográficos:

El primer momento es previo a mi existencia: año 1969.

El segundo momento es cuando descubrí la fotografía, a mis siete años de edad: año 1978.

El tercer momento es en la actualidad: año 2020.

Han pasado cincuenta años.

Las fotos del segundo  y del tercer momento se han contrapuesto en dípticos. En las imágenes de la actualidad se ha hecho una recreación aproximada de esas fotos de mi infancia: se ha intentado usar los mismos espacios (o similares), se ha intentado reproducir las poses y se ha procurado hacer encuadres parecidos. Se ha echado mano de una cámara fotográfica analógica, la cual es del mismo modelo con la que fueron tomadas las fotos del segundo momento, en 1978; además, se ha utilizado un carrete de película a color. Las imágenes de la actualidad fueron reveladas e impresas por un laboratorio. Todas las fotografías (en papel) fueron fotografiadas con una cámara digital, para ser mostradas en el proyecto.

El proceso de recrear las fotografías fue muy divertido, sobre todo, por la complicidad de mis padres, a pesar de sus limitaciones.

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Cámara analógica Yashica 35 MF, año 1977, utilizada en este proyecto y que es exactamente el mismo modelo de cámara con la que fueron tomadas las fotos que corresponden al año 1978.