Se es poeta, no mago.
«Ustedes son poetas, no magos» nos decía en algunas ocasiones Rafael Menjívar Ochoa, en tono de broma. Pertenecí al «taller literario» de La Casa del Escritor, a la que cariñosamente le llamamos «La Casa», durante la «era» en la que Menjívar fue director. Escribo «taller literario», entre comillas, porque le llamábamos así, pero realmente era algo más sencillo que un taller literario y, a la vez, algo más complejo (¿cómo?).
El «taller» era más bien como un lugar en el que nos reuníamos personas que teníamos un interés en común: escribir poesía. No se trataba del típico taller en el que hay un docente que dirige una clase, que explica la teoría y luego pone a los talleristas a hacer prácticas. Nos reuníamos principalmente a platicar, de todo un poco, algunos hablaban de series de televisión, otros de tiras cómicas, otros del trabajo, de cuestiones de salud, de moda, en fin, de tantas banalidades, y, en algún momento de la tarde, nos dedicábamos a leer la poesía que los mismos talleristas habían escrito. Después de cada lectura de un texto se hacía una ronda de crítica, pero hablo de una crítica de verdad, sin piedad, totalmente cruel y honesta, pero siempre con respeto. En el taller, sin que nadie nunca nos lo pidiera, nunca nadie alabó el trabajo de nadie, a menos que el trabajo lo mereciera. No se trataba de aplaudirle a alguien por llevar y leer un poema, por muy malo que fuera, todo lo contrario. La meta era despedazar un texto, si es que el texto lo permitía y considero que eso era una de las claves del éxito. Hacer este tipo de crítica permitía que las personas que la hacían no hablaran sólo por hablar y tuvieran la capacidad de defender técnicamente su crítica, por un lado, y, por otro, que la persona criticada llevara sus textos muy bien trabajados, es decir, corregidos, con la conciencia de que había dado lo mejor de sí antes de sentarse a leer . El facilitador, Rafael Menjívar, también hacía sus comentarios sobre el texto y hacía recomendaciones de lecturas. Algunas veces, durante esta rondas de crítica, surgía el comentario arriba citado: «ustedes son poetas, no son magos». Pero no voy a contar toda las historia sobre el taller, eso puede ser motivo para otro post, mucho más largo, o para varios posts.
El «se es poeta, no mago» va más allá de la broma, está relacionado con una práctica muy frecuente en las personas que empiezan a escribir poesía y en otras que ya tienen bastantes años de escribir, pero que se acomodaron. Esta práctica se trata de que, al momento de escribir y a falta de recursos creativos para combinar dos objetos o ideas del plano real y llevarlos a un plano imaginario o a falta de recursos retóricos, se tiene la tendencia a escribir cosas como: «y el cielo se convirtió en sangre» o «cuando el canto del pájaro se convierte en tu voz» y «versos» de este tipo, en los que se usa el verbo convertir como un comodín o muletilla, que deriva en un recurso de mal gusto a la hora de leer un verso. En el primer caso, «cielo y sangre» son los dos elementos del plano real y al usar el verbo convertir se está tratando, casi de manera forzada e inadecuada, de llevarlos al plano imaginario; sería más creíble, en este caso, ser directo y decir algo como: » y el cielo es sangre». En el segundo caso pasa lo mismo, «el canto del pájaro y tu voz» son el plano real y a mí me resultaría más creíble y más estético escribir un plano imaginario diferente: «cuando el canto del pájaro transite tu voz», por ejemplo.
El lector no es bobo y pronto se dará cuenta de que se está tratando de venderle una idea, casi a punta de cuchilla. Con esto no quiero decir que el recurso no sea válido, habrá casos en los que funcione de maravilla, de hecho, muchos lo han utilizado, al fin de cuentas, cada quien tiene derecho a escribir como le dé la gana. Pero mi punto va más orientado a estar en contra del abuso del recurso, por llamarle de alguna forma, así como del abuso de cualquier otro recurso, ya sea retórico o de estilo. Esto también es peligroso, pero reitero, eso es opción de cada quien y yo no creo estar libre de este «pecado».
Identificar la belleza a la hora de escribir el poema no es nada fácil, requiere de muchas lecturas y de muchas equivocaciones y lo peor del caso es que, día con día, entre más se escribe, se vuelve más difícil, en la medida en que se van agotando los recursos. García Lorca decía que: «He puesto en equilibrio poesías que cojeaban pero que tenían la cabeza de oro». Es recomendable evitar el uso consuetudinario de convertir cosas en cosas y pretender, con ello, hacer poesía; al seguir este consejo se tendrá a la mano un buen filtro a la hora de escribir y se podrán encontrar esas cabezas de oro. Tener esto presente hará un poco más difícil el camino creativo, pero al final, quizá, tendremos menos magos y más poetas.