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¿Indignados por «Rompan todo»? En fin, la hipocresía.

Recientemente he leído muchas críticas locales al documental de Netflix «Rompan todo: la historia del rock en América Latina». No voy a entrar en el análisis del documental porque no soy especialista, sí puedo decir que es cierto que no se incluyó la escena centroamericana, lo cual no debería causar sorpresa porque la música de esta área geográfica siempre estuvo en el olvido, salvo contadísimas excepciones, si acaso. Como salvadoreño y como ex miembro de la banda de rock «La pita vieja» (no tan conocida), que estuvo activa desde 1998 hasta 2010, puedo decir que, al menos, algo conozco de nuestro medio.

Lo que me ha llamado la atención es que una parte de los comentarios que he visto vienen de algunas personas que en su momento histórico tuvieron en sus manos poder autorizar o rechazar la programación de canciones nacionales de rock en las radios. De todos es conocido que la música nacional, en general y en esas épocas, recibió poco apoyo para su difusión en las radios. A la fecha, aún hay deuda en este rubro. Estoy claro de que las bandas salvadoreñas más importantes sonaron bastante y de manera orgánica, otras, tuvieron que poner a todos sus familiares y conocidos a llamar por teléfono a las radios para que las canciones se quedaran en programación. Eventualmente, los apoyos llegaron en formato de programas especiales para rock nacional, pero entrar a la programación normal era una verdadera hazaña.

¿Cuál es mi punto? Bueno, ahora se critica la exclusión de centroamérica en ese documental, pero, en su momento, las barreras para las bandas salvadoreñas eran locales. Quiero contar una anécdota que viví en carne propia, cuando era integrante de La Pita Vieja, y recién habíamos grabado el que fue nuestro único disco («Con la tierra en los pies»), allá por el 2001 y 2002, en el estudio de Roberto Salamanca.

Con dificultades logramos concertar una cita con el director de una radio especializada en rock, para entregar nuestro disco y que lo consideraran para ponerlo en programación. Me acompañó a esa reunión el baterista de la banda. Nos hicieron pasar a una sala de reuniones, había una mesa larga y unas sillas bastante cómodas, como para unas 10 personas. Después de una espera, el director se sentó frente a nosotros y le explicamos nuestros motivos. Todo parecía tan ceremonioso, yo me sentía como si fuéramos a ser juzgados. Después de escucharnos, entre otras cosas de menor importancia, el director nos dijo que siendo honesto a él le gustaría tener a «Aerosmith», sentados en esa sala, en lugar de nosotros, pero que «ni modo»; nos lanzó el discurso de que la calidad de las grabaciones locales iban de malas a malísimas y que no cumplían los estándares de las radios y que ese era uno de los motivos por los cuales ellos no podían programar a todas las bandas, pero también nos dijo que «uno tiene su corazoncito» y que a veces terminan programando las canciones. Después del sermón, nos despedimos, y yo sabía que con esas palabras nos habían bateado y no teníamos posibilidades de sonar. Jamás voy a olvidar que nos hicieran sentir que preferían tener a Aerosmith pero que, ni modo, La Pita Vieja es lo que había, no era necesario minimizarnos de esa manera. Unas semanas después de la reunión, saliendo de mi trabajo, al poner la radio comenzó a sonar una de nuestras canciones («Promesa«) y fui «feliz», todo a costa de una ahuevada comparándonos con «Aerosmith» y del corazoncito del director de la radio. 😀

En otra ocasión, siempre intentando promocionar nuestro disco «Con la tierra en los pies», fui a otra radio, en la Colonia Roma. Ahí nos atendió de manera muy amable el director. Nos hizo una crítica a la canción que estábamos lanzando («Mi cabeza otra vez«) y nos dijo que a su juicio le hacía falta punch al bombo. Regresamos al estudio a remezclar la canción y se la volvimos a llevar. Después resultó que esa rola no iba con el formato de la radio, pero que pondrían en programación otro tema («Tus alas«), por una semana. Si no hubiéramos remezclado la primera canción, no nos hubiéramos dado cuenta de que la canción no cabía en el formato de la radio y hubiéramos pensado que nos la habían rechazado por una mala mezcla. ¡Vaya usted a saber! Creo que está por demás decir que fuimos a casi todas las radios, con menos suerte.

Entonces, para mí, es claro que «Rompan todo» nos excluyó por el criterio de alguien que es de afuera del área centroamericana, pero también es claro que las exclusiones que en El Salvador se vivieron en esos años eran demasiado locales, municipales, diría Rafael Menjívar Ochoa.

Como dice el meme: en fin, la hipocresía.

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Viajar solo con cámara análoga en pleno 2017.

diciembre 14, 2017 4 comentarios

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Hace un par de meses tuve la oportunidad de atender una invitación a un encuentro internacional de fotografía, en México, organizado por el Colectivo Caleidoscopio, que tiene se sede en la UNAM.

Desde meses antes del encuentro había tomado la decisión de viajar únicamente llevando mi cámara de rollo, la Yashica FX-2, año 76, y unos cuantos rollos de película en blanco y negro, ASA 400. Era la primera vez que iba a hacer eso.

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Debo decir que a medida que se acercaba la fecha de mi salida empecé a tener dudas y pensé algunas veces en llevar también la cámara digital, sin embargo, al final, mantuve la decisión inicial. Por supuesto que llevaba mi teléfono celular, pero esa cámara no cuenta.

El primer temor al que me enfrenté fue el de perder alguna toma interesante por las limitaciones de la cámara análoga, la posible falta de luz por tener una ASA de 400, con el agravante de que estaba nublado todo el día,  la velocidad de obturación máxima de 1/1000 s, el enfoque manual, por ejemplo, sin embargo, después de media hora de haber empezado a hacer fotos en pleno centro histórico, el temor desapareció y empezó la diversión.

La sensación de caminar haciendo fotos con la cámara análoga, en otro país y sin tener a la mano mi cámara digital, fue muy gratificante, me dejó mucho más tiempo para observar más cosas a simple vista y no a través del visor, todo con mayor detenimiento, operando a bajísimas revoluciones, a la espera de algo que valiera la pena para «gastar» una foto.  Al usar la cámara digital uno tiene la tendencia a fotografiar más, pero de manera menos selectiva. La sensación fue tan genial que ya he decidido que en futuros viajes solo llevaré conmigo una cámara de rollo.

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En 5 días tomé aproximadamente 80 fotos, fueron 3 rollos. Los negativos no sufrieron ningún problema con los rayos X de los aeropuertos, pude caminar más liviano y, sobre todo, me moría de ganas de revelar los rollos y ver las fotos.

Les comparto otras fotografías.

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Proceso creativo para hacer una fotografía.

Recientemente he empezado a hacer unos videos cortos en los que describo, en tiempo real, mi proceso creativo para hacer una fotografía,  desde que surge la idea, pasando por las diferentes posibilidades creativas que se ensayan, hasta llegar a la fotografía finalmente seleccionada para su posible publicación.

Les estaré compartiendo por este medio los videos que voy subiendo, y si les interesa la temática, pueden suscribirse a mi canal de youtube.

Este es el primer video que he subido.

¿Psicosis salvadoreña?

Hace una semana, a esta hora, aún estaba en el aeropuerto «Jorge Chávez», de Lima, Perú, esperando abordar mi vuelo hacia El Salvador ( Por cierto, en este aeropuerto es imperdible probar las rodajas de pastel de zanahoria, son una delicia). Durante toda la semana había estado en Argentina, 5 días en Termas de Río Hondo, Santiago del Estero, participando como poeta invitado, en un Festival Internacional de Poesía, y otros 3 días en Buenos Aires, aprovechando el viaje.

El caso de lo que he dado en llamar «la psicosis salvadoreña» me pasó en Buenos Aires. Había decidido ir a una función al mismísimo «Teatro Colón«, a las 8 de la noche, estaba hospedado a unas 7 cuadras, y pude caminar tranquilamente hacia el teatro a eso de las 7:30 PM. Por supuesto, antes de entrar, hice las fotos de rigor, tipo turista.

Fachada del Teatro Colón.

Fachada del Teatro Colón.

Ya adentro del teatro, justo antes de entrar a las butacas, una de las acomodadoras me pidió que dejara mi mochila en los casilleros, dijo que me iban a dar un número para reclamar la mochila a la salida, y entré en pánico. En la mochila andaba todo mi equipo fotográfico, y no estaba dispuesto a dejarla en un casillero. Es aquí donde entra en juego la «psicosis salvadoreña»: en El Salvador sería totalmente improbable dejar en un casillero de un almacén, el súper, o donde fuera, mi mochila cargada con equipo fotográfico, por las razones que todos los salvadoreños conocemos. ¿Qué hice?

Cielo del Teatro Colón.

Cielo del Teatro Colón.

Hice el intento de convencer a la acomodadora, pero insistió que no era posible. Me decía que, por ejemplo, habían llegado grandes músicos que habían dejado sus caros y amados violines en el casillero, y que si entendía yo qué significaba para un músico dejar su instrumento (¡por supuesto que lo entiendo!) Luego pasé a explicar mi situación: soy un salvadoreño que no pudo dejar su psicosis por la delincuencia en El Salvador, y que al dejar la mochila en el casillero, aunque yo sabía que iba a estar segura, no iba a disfrutar tranquilamente del espectáculo por estar pensando en la mochila, pero me insistió en que no era posible, por lo que le dije que, en ese caso, prefería abandonar el teatro. En ese momento apareció una señora que parecía ser la jefa de las acomodadoras, me explicó lo mismo, y le expliqué lo mismo.

Detalle de escultura al interior del Teatro.

Detalle de escultura al interior del Teatro.

Para mi suerte, creo que el hecho de estar dispuesto a abandonar el teatro hizo que la jefa se compadeciera de mí, y me dijo que iba a hacer una excepción, y me dejó quedarme con la mochila, pero, me advirtió que no podía hacer fotos del espectáculo, sólo podía hacer fotos del teatro, mientras la función no iniciara, y yo fui muy obediente, y se lo agradecí infinitamente.

Vista desde el último nivel, y última fila, del interior del Teatro Colón.

Vista desde el último nivel, y última fila, del interior del Teatro Colón.

Es triste, pero, es nuestra realidad, y es difícil no cargar con ella adonde quiera que vayamos.

¡Buena luz!

La descortesía, en fotografía.

junio 10, 2014 2 comentarios

Me pasó al abordar mi vuelo Santa Cruz, Bolivia – Lima, Perú, en ruta hacia San Salvador.

Hace dos semanas tuve la oportunidad de visitar la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra, llamada «La Ciudad de los Anillos» debido a que, urbanísticamente, la ciudad está construida en forma de anillos concéntricos. Lo que me llevó allá fue la poesía, fui invitado a participar, como representante de mi país, en el Primer Festival Internacional de Poesía de la Feria Internacional del libro, en Santa Cruz. Al evento asistimos alrededor de 30 poetas, entre bolivianos y de otros países latinoamericanos, como México, Brasil, Colombia, Argentina, y Nicaragua, cuyo representante fue nada menos que el poeta, el gran poeta, Ernesto Cardenal. Al poeta tuve la oportunidad de hacerle varias fotografías durante la inauguración del Festival, pero les comparto la siguiente:

Poeta Ernesto Cardenal.

Poeta Ernesto Cardenal, durante la inauguración del Festival de Poesía, en Santa Cruz.

 

Mi estancia en Santa Cruz es material para otro post.

Regresando al tema del vuelo Santa Cruz-Lima, hice un pre chequeo del vuelo, en Internet, y, como todo buen fotógrafo, previendo la posibilidad de encontrar buen tiempo, seleccioné un asiento de ventana, un poco atrás de un ala, el asiento 17 A.

Al momento de abordar el avión encontré que mi asiento estaba ocupado por una señora adulta mayor, y a la par estaba un señor, también adulto mayor, quienes no hablaban español, y hablaban poco inglés. Les mostré que mi boleto decía «17 A», pero al parecer no comprendían mi limitado inglés, entonces tuvo que intervenir una aeromoza a quien expliqué la situación. Ella, muy amablemente, me preguntó si yo no tenía inconveniente para sentarme en la penúltima fila, en asiento de pasillo, para que los señores, que viajaban juntos, pudieran ir sentados a la par durante el vuelo. Mi primera intención fue decir que no había problema, pero entonces se me presentó el dilema: le cedo el asiento a la señora y me pierdo la posibilidad de hacer fotografías de la cordillera de los Andes, o soy descortés y hago valer la reserva de mi asiento en pro de la fotografía.

Me pareció una eternidad ese instante, hasta que le dije a la aeromoza: «en la parte trasera de los aviones las vibraciones son mayores, y eso me puede provocar vómito», ella sabía que lo de las vibraciones es cierto, yo lo había leído en algún lado, y me dijo que lo entendía. Justo en ese momento, el muchacho que iba en el asiento 17 C (mi misma fila pero en pasillo) le dijo a la aeromoza que él no tenía inconveniente de cambiarse de asiento, y lo cedió, pero la aeromoza me pregunto si estaba bien que yo ocupara el asiento del pasillo,el 17 C (¡volvió el dilema!), y con todo el dolor de mi alma, y siendo totalmente descortés, le dije que tomaría el asiento de ventana. Los señores se cambiaron de asiento, apenas dijeron «I’m sorry», y finalmente yo pude hacer algunas tomas de la cordillera de los Andes, como lo había pensado.

Alguien me podrá decir que pude haber hecho las tomas desde el asiento del pasillo, pidiendo permiso a los señores, pero, en ese caso, les habría causado otra incomodidad a ellos, y no habría podido tener la misma movilidad y libertad para realizar las fotos que hice. Fui descortés, lo acepto.

No soy un viajero frecuente, y no sé cuándo podré volver a tener la oportunidad de recorrer esa ruta, pero, sobre todo, no puedo negar ser lo que soy, entre otras cosas: un fotógrafo.

Les comparto dos fotos de las que hice ese día, gracias a mi descortesía.


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¿Qué hace usted en la marcha del día del trabajo?

Además de captar algunas imágenes generales de la marcha del día del trabajo, las cuales se pueden ver en este enlace, decidí preguntarle a ciertos personajes que me llamaron la atención, sobre qué hacían en la marcha. A continuación les presento sus imágenes y sus respuestas. 1º de mayo de 2012.

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¿Para qué sirven los megapixeles de una cámara?

abril 23, 2012 1 comentario

Resulta que el mercadeo de cámaras fotográficas nos bombardea con pixeles o megapixeles, parece que la mejor cámara es la que tiene más pixeles, que si 15MP, 18MP, 35 MP. Frecuentemente, como fotógrafo, recibo consultas de mis amigos cuando quieren comprar cámara y lo primero que me dicen es que es de «tantos» MP (mega pixeles), como para justificar la calidad de las fotografías que esa cámara hace.

Pues bien, pongamos la cosas claras: la cantidad de pixeles de una cámara únicamente sirve para el tamaño máximo al que se podrán imprimir la fotos, no tiene nada que ver con la nitidez de la foto, ni la calidad de la imagen. Por ejemplo, una cámara de 10MP, nos dará un tamaño de impresión de aproximadamente unos 12 x 18 pulgadas, esto es grande, y si se usa algún programa de edición, seguramente podremos agrandar la foto para imprimir hasta en tamaño de 20 x 30 pulgadas, sin ningún problema.

Hasta le fecha he participado en unas 9 exposiciones y en ningún caso he requerido imprimir en más de 12 x 18 pulgadas, por lo tanto, mi cámara que es de tan solo 10MP, me es suficiente. El punto es que si alguien no tiene pensado en imprimir sus fotos más grandes que esos tamaños, entonces deberían olvidarse de tantos mega pixeles y buscar cámaras con funciones más importantes, orientadas a realizar una mejor foto y que ofrezcan controles manuales.

Esto que escribo de los megapixeles aplica tanto para camaritas digitales como para cámaras réflex. En ambos casos se trata del tamaño de la impresión, sin embargo, debe tenerse claro que la calidad (nitidez) de la imagen en una camarita digital es relativamente inferior a la de una cámara réflex. Por ejemplo, en el caso de que ambas cámaras tuvieran el mismo pixelaje, se podrían obtener impresiones del mismo tamaño. Pero, por otro lado,  debido a la calidad en sí de cada cámara, la calidad de la fotos impresas podría ser diferente al compararlas entre sí.

Por otro lado, los famosos «DPI» (dots per inch) o «PPI» (pixels per inch), también son un valor que sólo importa a la hora de imprimir. Por eso, normalmente se ocupa un valor de 72 dpi o ppi para fotos que sólo serán publicadas en la web. Para impresiones, normalmente se trabaja en 200 dpi o ppi, para que la foto, una vez impresa y ampliada, no quede granulada.

Resumen:

Megapixeles: para impresiones de hasta 20 x 30 pulg, suficiente con 10 MP.

DPI: para la web se recomienda usar un mínimo de 72 dpi y para impresiones un mínimo de 200  dpi.

Como siempre, si surge alguna pregunta, no duden en contactarme, con gusto les amplío.

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